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Yinka Shonibare

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Dorian

Yinka Shonibare. Dorian Gray, 2001. Courtesy of the artist and MUSAC.

MBE. Dorian Gray

Shonibare no elige para retratarse a Oscar Wilde, sino a uno de los posibles Oscars Wildes, uno que ya tiene un retrato, un “joven Adonis, que parece hecho de marfil y pétalos de rosa“, pero que al terminar el relato se descubre “ajado y lleno de arrugas” con “un rostro repugnante”: Dorian Gray. Utiliza de nuevo la misma estrategia que en su serie Diary of a Victorian Dandy: elige a un dandi -que lo parece todo y no es nada- para presentarse y representarse -las apariencias engañan, nos dicen- y se integra en una Historia, una que se ha descubierto ya muchas, en la que él -y también otros como él- había sido ignorado, olvidado. Una Historia que aquí al menos son tres: la que perdió las mayúsculas y que sería la de la cultura que se ha dado en llamar occidental; la de la novela de Wilde, y la del guión de una película hollywoodiense, porque Shonibare se apropia aquí, en un doble juego de disfraces, no sólo del Dorian wildeano sino del Dorian de un film dirigido por Albert Lewin en 1945, film en el que las tomas en blanco y negro se alternaban con tomas en color -las que se referían al cuadro- para crear más dramatismo, y multiplica el reflejo aún más, homenajeando a esos directores que en los años sesenta y setenta actualizaron algunos mitos de la literatura europea dando los papeles protagonistas a actores de color, desde el Orfeo negro de Marcel Camus (1958) al Blácula de William Crain (1972).

Narciso negro, podría llamarse esta serie, más que Dorian Gray, porque en el juego de reflejos que se hace también de colores, la imagen que se destaca es la un Shonibare monstruoso -“ajado y lleno de arrugas” con un “rostro repugnante”- mirándose en un gran espejo de marco dorado, que alude -y deja al descubierto su crimen, que no es ninguno de los de Dorian- a otras populares en el siglo XIX, en los EE.UU. anteriores a la Guerra de Secesión, imágenes en las que se veía a un dandi negro -Dandy Jim, Zip Coon, o Long Blue Tail, se le llamó- absorto en su propio reflejo, un estereotipo risible y ejemplarizante creado por y para blancos y que lo que mostraba y demostraba eran sus miedos y ansiedades, miedos y ansiedades de una sociedad construida, como señalaba Richard Powell, sobre “las falsas nociones de orden social, homogeneidad racial, y superioridad cultural”.…

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