Lo que el ojo no puede ver
Confiamos en nuestros sentidos y confiamos, cada vez más, en la técnica y en la tecnología: una prolongación de nuestros sentidos, de nuestro cuerpo. Lo que el ojo no puede ver, lo puede captar una cámara fotográfica. Donde el tiempo es incalculablemente rápido y los hechos suceden sin que lleguen a definirse como imágenes, la lente puede captar el rayo de luz que produce un gesto. La confianza en nuestros sentidos como única posibilidad para atrapar la existencia es solo tema para los poetas; la definición de la realidad, de lo cierto, ha cambiado hasta desvanecerse en el aire. La técnica, la máquina, está hecha para perfeccionar la percepción, para llegar más allá de lo que un hombre puede percibir con su oído, con sus ojos. Hay máquinas que pueden retratar lo que no vemos, haciéndonos no solamente dudar de nuestra capacidad sensorial, sino alterar los límites de lo que consideramos real. Hay máquinas fotográficas que, al parecer, pueden reflejar el aura, ese halo de calor que todos los cuerpos vivos producen y que siempre ha sido un símbolo de la santidad de algunas personas. Es ese aro dorado que la pintura religiosa ha inmortalizado. Pero ese símbolo, esa idea de santidad ya no lo es más; ahora es otra cosa totalmente diferente pues sabemos que todos —cada cuerpo vivo— lo tienen. Además, es algo que se puede plasmar en una fotografía. Este conocimiento puede cambiar nuestro concepto de lo que es real, hacernos dudar sobre lo que creemos —porque lo vemos— y lo que no creemos, simplemente porque no lo podemos ver o percibir con nuestros sentidos.
Pero, ¿qué es lo que prueban estas fotografías de Ricardo Sánchez? No ponen rostro a ese hombre, a ese torero que se juega la vida, a aquel otro que hace un largo y elegante pase. Naturalmente, algunos aficionados pueden llegar a identificar al diestro por el cuerpo, por el gesto… pero no es eso lo que el fotógrafo busca. Acaso sean estas imágenes la prueba de que una vez más el rito, el juego entre la muerte y la vida, sucedió y que, una vez más, el hombre venció al animal. Pero no, lo que estas fotografías documentan es esa capacidad de seducción que tienen las imágenes: cómo la belleza, el color y el movimiento engañan al animal; cómo tantas veces el brillo de una superficie, una belleza fugaz, nos engaña a nosotros; como con esa capacidad de engaño que tenemos podemos llegar a sustituir lo natural por lo artificial, la naturaleza como una planta de interior.…
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