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Manuel Vilariño

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pulso

Manuel Vilariño. Señal en el aire II, 2002. Cibachrome sobre aluminio, 120 x 240 cm Imágenes cortesía de Galería Bacelos, Vigo, Galería Spectrum Sotos, Zaragoza, y Galería Trinta, Santiago de Compostela

Pulso

El pulso es una norma estilográfica de la fotografía no sólo en lo relativo al pulsar, entendido como una selección mecánica del instante en el que se resume una acción, sino también en la transmisión de una vibración corporal ritmada que permite caligrafiar lo pretendidamente objetivo ante la cámara. Musicalmente, el ritmo es quien efectúa los cortes y separaciones del tiempo, mientras que el pulso adapta este mismo tiempo a la flexibilidad de un cuerpo. Las fotos de Manuel Vilariño tienen vida, en su predilección por la naturaleza muerta, en el estilo reconocible de la latencia de un pulso, una vibración extrañadora, que define un estilo y deforma o transforma las apariencias de lo recogido en la toma. El pulso descentra la pulsación, la coloca en una perspectiva inesperada y, en el mejor de los casos, no deseada. Porque el artista no espera todo lo que aparece, sino que existen perfiles imprevistos, espacios y relaciones latentes que sólo se revelan al cumplir un proceso siempre abierto: la transformación de los cuerpos en formas literarias pervertidas, en donde la palabra no es el único elemento para la narración, es la perspectiva la que hace patológico lo que consideramos normal. Pero si no existiera ese movimiento inquietante, la responsabilidad de la fotografía descansaría en exceso en la fórmula escenográfica y exterior de lo que se encuentra ante el objetivo.

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Manuel Vilariño. Detente, 1997. Cibachrome sobre aluminio, 80 x 80 cm
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Manuel Vilariño. Cruz roja deshabitada, 2000. Cibachrome sobre aluminio, 120 x 120 cm

La fotografía de Vilariño desgrana como estilo la desdefinición que traspone esta responsabilidad, la pulsa o impulsa, hacia el relato; antes que a las formas, tan perfectamente dibujadas que se desvanecen, el pulso indica el diálogo de los cuerpos, pronuncia la relación energética que crean, ocupando el espacio ritmado y haciendo fluir, como un sonido entre dos cuerpos, como una aroma entre dos espacios, como un texto entre dos luces. El ritmo es una forma técnica: el pulso es corporal, vital. Mientras el primero congela instantes, el segundo inocula vida a cada elemento: del cuerpo muerto a su tránsito, de la consunción de la vela a la expansión de la luz, de lo cerrado del bosque en las ramas, al clarear de los vacíos. La responsabilidad no recae en los cuerpos, sino que el fotógrafo la ha inoculado mediante un pulso pasional en los relatos que se cuentan entre ellos, y a los que el espectador, como nuevo y curioso creador, está invitado a asistir.

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