anterior

Fallece Claes Oldenburg, el primer pop

siguiente
Claes Oldenburg

A los 93 años de edad ha fallecido, a consecuencia de una caída, Claes Oldenburg. El escultor sueco nacionalizado norteamericano que convirtió los objetos cotidianos en esculturas públicas de inmensas dimensiones, un artista culto, hedonista y que tal vez sin pretenderlo, como en un juego, ha marcado con su estilo irónico y sin complejos la escultura del siglo XX.

Claes Oldenburg, Floor Burguer. © Claes Oldenburg

Nace en Estocolmo, Suecia en 1929, donde vive sus primeros años, pero en 1936 su padre es nombrado embajador en Estados Unidos y la familia se traslada a Washington. Claes estudió en Yale y en el Art Institute de Chicago y recalaría en Nueva York, para posteriormente vivir en Los Ángeles. Antes de poder vivir del arte, el joven Oldenburg trabajaría como ilustrador en diversas publicaciones y en el departamento de música de una librería. Curioso y sin ningún prejuicio, sus primeros contactos con los pintores expresionistas no fueron suficientes y pronto enganchó con las nuevas tendencias artísticas y con aquellos jóvenes que cambiaran el panorama del arte contemporáneo: artistas como Lucas Samaras, Tom Wesselmann, Carolee Schneemann, Oyvind Fahlstrom y Richard Artschwager. Sólo para empezar, y hablando de comienzos, fue el happening, acciones en las que todos ellos aparecerían, incluyendo a Allan Kaprow.

Los temas, objetos cotidianos, vulgares, comida, cosas pequeñas

Es en 1957 cuando empieza a construir sus soft scultures, esculturas blandas realizadas con materiales despreciados por el mundo artístico: goma, foam, plásticos, alambres, de colores fuertes y superficies blandas. Los temas, objetos cotidianos, vulgares, comida, cosas pequeñas que se fueron convirtiendo con el paso del tiempo en desmesuradamente grandes. Pero siempre mantendría esa ironía, esa sensación de niño grande jugando en el parque. En 1961, renta un local, The Store, y abre una tienda en Manhattan donde montará la instalación que ya había presentado en la Galería Martha Jackson de Nueva York. Dos meses en los que cualquiera podía entrar con sus “pequeños objetos” que imitan una realidad que deja de serlo cuando se transforman en cosas sin ningún uso, juguetes, arte.

Después vendrían sus esculturas gigantes, pinzas de tender la ropa del tamaño de pequeños rascacielos, clips metálicos de más de 20 metros, como el barco/navaja de 12 metros que expuso en la Bienal de Venecia y después colocó en el Retiro de Madrid. Consigue la nacionalidad americana en 1953, el reconocimiento internacional vendría paulatinamente: exposiciones en el Moma, en el Guggenheim (en Nueva York y Bilbao), en el Reina Sofia, en el Macba, en el Moderna Museet de Estocolmo, y sus obras no solo en todos los grandes museos de arte actual, sino en las ciudades de todo el mundo.

Su huella queda no solamente en todas las ciudades en las que podemos convivir con sus obras, sino en un espíritu fresco, desmitificador, irónico y alegre

Más que un escultor, Claes Oldenburg y su segunda mujer, la también escultora (además de teórica) Coosje van Bruggen (1942-2009), con quien firmaría muchas de sus esculturas púbicas, fueron los grandes rompedores de la estética de la escultura pública, cambiando el héroe en broce o el monolito sobrio y anónimo por una hamburguesa gigantesca con queso, pepinillos y todo. Un hombre desmesuradamente alto no podía hacer otra cosa. Su huella queda no solamente en todas las ciudades en las que podemos convivir con sus obras, sino en un espíritu fresco, desmitificador, irónico y alegre, que ha marcado el arte y muy especialmente la escultura a partir de su trabajo. Será imposible olvidarlo.