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El arte se viste de verde

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Marta Moreno Muñoz, 2020: The Walk, 2022. © Marta Moreno Muñoz

Hace solo unos días se celebró en Nueva York la Semana del Clima. Además de políticos y expertos en ciencia medioambiental, artistas de toda clase se sumaron a las actividades propuestas con el objetivo de concienciar a la población de la emergencia de la crisis climática. Entre las instalaciones dispuestas estos días en las calles de Nueva York, los viandantes pudieron ver una ballena de acero que reproducía los sonidos emitidos por estos animales, amortiguados por los ruidos producidos por los seres humanos, unos candelabros fabricados con 9.000 botellas de plástico procedentes de desechos o escenas de desastres climáticos realizados con materiales residuales. Porque, entre las demandas que se escucharon durante el evento, se encontraba la necesidad de que también las maneras de producir cultura cambien y se adapten a las directrices marcadas por la lucha contra la crisis climática. De hecho, solo si los cambios que se piden ya para otros sectores económicos se introducen en la industria cultural, es decir, en la cultura de masas, se conseguirán cambios reales. Porque, tanto en ecología como en cultura, ha de pensarse en términos holísticos. Para algo está el potencial transformador del arte. Los científicos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), ganadores del Nobel de la Paz en 2007, admitieron que “igual que las infraestructuras, los procesos sociales y culturales pueden “encerrar” a las sociedades en patrones de entrega de servicios con uso intensivo de carbono. También ofrecen posibles palancas para cambiar las ideas normativas y las prácticas sociales a fin de lograr una amplia reducción de las emisiones”.

Participación del TBA21 en la Semana del Clima, Nueva York, 17-24 septiembre 2023. © TBA21
Participación del TBA21 en la Semana del Clima, Nueva York, 17-24 septiembre 2023. © TBA21

El TBA21 participaba activamente en la programación, con una visita guiada a la instalación Lerato Laka le a phela le a phela le a phela/My love is alive, is alive, de la artista sudafricana Dineo Seshee Bopape, obra co-producida junto al Pirelli HangarBicocca de Milán y en exposición en el MoMA hasta el 9 de octubre. El TBA21 también participaba en varias mesas redondas sobre iniciativas apoyadas por la institución, como un proyecto educativo para gestionar mejor el océano, o debates que están ahora sobre la mesa, como la manera en que las empresas pueden inspirarse en el poder de la colaboración del arte y la cultura para hacer frente a los futuros problemas climáticos. El TBA21 es, quizá, la institución más destacada de nuestro país en visibilizar las problemáticas planteadas por el cambio climático y el calentamiento global. Pero actualmente hay un sinfín de proyectos que abordan la crisis climática. Aunque aparentemente inofensivo, en realidad el sector de la industria cultural es muy contaminante y emplea una cantidad ingente de recursos naturales. Desde la producción de las propias obras hasta los incuestionables viajes internacionales realizados por los correos de arte (los encargados de acompañar a las obras prestadas cuando viajan de un museo a otro para participar en una exposición temporal). La temporalidad de estas exposiciones es, precisamente, una de las razones del derroche. Los museos y centros de arte también forman parte de esta mastodóntica rueda de sobreproducción interminable que llamamos capitalismo.

Solo si se introducen cambios en la industria cultural, es decir, en la cultura de masas, se conseguirán cambios reales

Que sean solamente un fenómeno pasajero, una estrategia de greenwashing llevada a cabo por empresas capitalistas que colaboran en el desgaste de los recursos del planeta y que deseen un lavado de cara, o que respondan a una auténtica voluntad por cambiar las cosas, eso lo iremos viendo poco a poco. Pasamos a hacer un “mapeado” del panorama actual de proyectos artísticos que abordan la cuestión climática.

Como decíamos en la introducción, el TBA21 es una de las pioneras en nuestro país en visibilizar la emergencia climática, y en especial el impacto del ser humano en los océanos. Entre su programación actual está Remedios. Por los caminos ancestrales (en exposición hasta el 31 de marzo de 2024 en el C3A Centro de Creación Contemporánea de Andalucía, Córdoba). La muestra, que trata de las múltiples prácticas relacionadas con la reparación, la sanación y la remediación, está comisariada por Daniela Zyman, y en ella participan artistas como Marina Abramovic, Kader Attia, Abraham Cruzvillegas, Olafur Eliasson, Etel Adnan, Fengyi Guo, Regina de Miguel, Pierre Mukeba, Ernesto Neto o Himali Singh Soin. Entre octubre y diciembre se desarrollará Culturing the Deep Sea: Towards a common heritage for allkind, una serie de cinco conferencias y “activaciones” interactivas con científicos, artistas, abogados, políticos, activistas y líderes indígenas, para pensar sobre las profundidades marinas como un bien común y un espacio de valor compartido, ahora amenazado por la minería de aguas profundas. Próximamente, en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid podrá verse la exposición colectiva Inteligencia líquida, que denuncia la situación actual del océano y promueve la consideración del agua como transmisora de conocimiento. Las obras de Lucas Arruda, Ana Mendieta, Jumana Manna, Ann Duk Hee Jordan, Sonia Levy, Beatriz Santiago Muñoz, Saelia Aparicio e Inês Zenha podrán verse del 10 de octubre al 28 de enero de 2024.

Museos de todo el mundo están estableciendo programas para proteger su patrimonio

Otro ejemplo de “artivismo” es el protagonizado por Marta Moreno Muñoz (1978), que en 2022 realizó una performance, 2020: The Walk, en forma de marcha a lo largo de 4.000 km, desde Granada hasta Helsinki, y de ahí al permafrost. La performance estaba programada para realizarse en 2020 (fecha que aparece en el título), pero la pandemia obligó a posponerla dos años. El objetivo: concienciar de la gravedad de la situación planetaria y de la importancia de no tomar vuelos para reducir la huella de carbono, así como difundir el mensaje del grupo ecologista Extinction Rebellion (del que forma parte) con charlas y entrenamiento en Acción Directa No Violenta (ADNV). El proyecto se enmarca en su tesis doctoral, en la que trabaja sobre la disolución del yo, del ego, en lo que debería ser una responsabilidad colectiva. El vídeo resultado de la performance fue estrenado en el Museo Reina Sofía el pasado abril, dentro del ciclo Cuando el destino nos alcance. Acciones desesperadas ante la sexta extinción, y hace unos días ha sido presentado en el Centro José Guerrero de Granada, que ha producido la publicación. En la presentación estaba presente Julia Ramírez-Blanco, investigadora especializada en movimientos de protesta y que en estos momentos trabaja, como editora, en el próximo número de la revista universitaria Re-visiones, dedicado a las “ecotopías militantes”. Porque también la investigación académica se hace eco de la relevancia actual de la cuestión.

Otros proyectos van precisamente en la dirección contraria, en la recuperación de la agencia perdida por el individuo en el colapso ecológico. En Matadero Madrid, hasta el 30 de julio se puede ver Clima Fitness, una exposición comisariada por Maite Borjabad López-Pastor (arquitecta y comisaria del departamento de Arquitectura y Diseño del Art Institute de Chicago) y diseñada por Common Accounts. Las obras de Faysal Altunbozar, Itziar Barrio, Ibiye Camp y Irati Inoriza y la performance de Mary Maggic, en colaboración con Lara Brown y Euyín Eugene, invitan “a pensarnos colectivamente, a pensar(se) a una misma como individua, a situarnos en el momento contemporáneo, y re-situarnos para encontrar agencia, agencia de cambio y de afección planetaria”.

Por su parte, la comisaria Blanca de la Torre (León, 1977) destaca por su trabajo enfocado en temas como ecología política, ecofeminismo y prácticas creativas sostenibles. Últimamente se ha centrado en el desarrollo de directrices de sostenibilidad que reduzcan la huella ecológica de las prácticas curatoriales. En 2021 fue comisaria de la 15ª Bienal de Cuenca. En ella se abordaba la ecología de una manera holística e interconectada (creando para ello un Decálogo de Sostenibilidad) y se difundía el concepto de Bioceno, que de la Torre proponía como alternativa al del manido Antropoceno, para poner en el centro la naturaleza y no ya a los individuos, responsables de su degradación. Hace solo unos días ha sido nombrada co-comisaria (junto a Kati Kivinen, jefa de exposiciones del HAM, Helsinki Art Museum) de la tercera Bienal de Helsinki 2025. La ciudad de Helsinki se ha comprometido a alcanzar la neutralidad en su emisión de carbono para 2030.

Concierto para el Bioceno, Teatro Sucre, 2021, Bienal de Cuenca

Emanuele Coccia, filósofo, crítico y comisario italiano afincado en París, lleva un tiempo trabajando sobre la naturaleza y el tema climático. En 2016 publicaba La vida de las plantas. Hasta el 15 de octubre puede verse Populus Alba, un conjunto de cuatro instalaciones site-specific desarrollado por Coccia y el estudio de diseño Formafantasma (que trabaja sobre las fuerzas ecológicas, históricas, políticas y sociales que vertebran las disciplina del diseño actual), en la isla de La Certosa, en Venecia. Las instalaciones, que exploran la significación histórica de la isla y la riqueza de su ecosistema, así como la amenaza a la que se ven expuestos por la masiva llegada de turistas, han sido concebidas en colaboración con artistas, arquitectos, diseñadores y expertos ecologistas. Es parte del proyecto Biogrounds, comisariado por Domitilla Dardi, conservadora italiana del departamento de diseño del MAXXI de Roma.

Populus Alba, creado por Formafantasma en colaboración con Emanuele Coccia en la isla de La Certosa, Venecia. Fotografía: Emiliano Martina. © Fondazione MAXXI

Seguir produciendo exposiciones, sí, pero preservando el patrimonio ya existente

En 2016, las lluvias torrenciales que azotaron la ciudad de París provocaron una crecida del Sena que no se veía desde hacía treinta años. El Museo del Louvre, cuyos almacenes están en el subsuelo, y el Musée d´Orsay, hicieron precipitadas maniobras de traslado y prevención, pues el agua amenazaba su integridad. Desde hace poco, muchos museos de todo el mundo cuyas instalaciones, por unas razones u otras, ven amenazadas la supervivencia de las obras, están estableciendo programas para protegerlas. Lo destacaba Miguel Ángel García Vega en El País Semanal el pasado 24 de septiembre. Mientras el Museo del Prado, en Madrid, ha geolocalizado con chips alguna de sus obras, y el Reina Sofía plantea dotar a las salas de exposición de equipos EPI, mantas ignífugas y sistemas de alarma que conecten con los bomberos, el Louvre desplazará 250.000 obras de la colección a un centro de conservación en Liévin, a una hora al norte de París, el MoMA de Nueva York creará una bóveda de almacenamiento en frío y el Museo de Arte de Filadelfia construirá una galería flotante sobre una barca en el río Delaware.

Con la llegada de la pandemia, las luchas por terminar con los plásticos se esfumaron en toda una procesión de guantes de plástico y mascarillas

Cuando llegó el virus del COVID-19 en marzo de 2019 y estuvimos confinados varios meses, muchos museos se vieron obligados a parar los procesos en los que estaban inmersos. Entre esos procesos, los pesados montajes que acababan de empezar (siguiendo el calendario, las exposiciones suelen terminar/empezar en febrero/marzo), o las exposiciones que acababan de inaugurarse; con una duración de entre 3 y 4 meses, algunas vieron cómo cerraban sus puertas sin siquiera tener visitantes. En aquel momento de regeneración, directores de museos y gestores culturales empezaron a hablar de la necesidad de ir pensando en reducir la producción y, sobre todo, de hacerla más local. Con las fronteras cerradas y la incertidumbre sobre el tipo de “normalidad” al que volveríamos, empezó a pensarse que, en un futuro, dejaría de ser rentable (factible) hacer traer desde la otra punta del planeta una o dos obras para una exposición que estaría abierta cuatro meses. ¿Sólo factible? ¿También ético, quizás? La pandemia llegó, y todas las miradas y esfuerzos que, en los últimos tiempos, habían estado concentrados en la crisis social, se desviaron hacia la “guerra” contra la pandemia. Las luchas por terminar con los plásticos se esfumaron en toda una procesión de guantes de plástico y mascarillas. Los directores de los museos empezaron a pensar en trabajar con su propia colección.

Ante tantas propuestas de ahorro, por qué no pensar en parar la máquina de vez en cuando. ¿De verdad necesitamos una exposición diferente cada cuatro meses? ¿Qué hay más decrecionista que reducir la producción? Es famosa la anécdota según la cual Jean Cocteau, a la salida de un museo, fue preguntado por un periodista qué salvaría en caso de incendio. Cocteau respondió: “Salvaría el fuego”.