Hay dos maneras de escribir una necrológica: buscando información para documentarte y destacar lo más importante de la persona fallecida, o escribir mojando el teclado con tus lágrimas. Era mucho más auténtico cuando las lágrimas mojaban el papel del texto qué escribías. Pero el tiempo cambia. Espero con ansiedad el día que la inteligencia artificial, solo con verte llorar, sepa lo que tiene que escribir y tú puedas llorar sin tener que ponerte a escribir algo correcto, que no sea excesivamente sentimental, que todos puedan apreciar. Cuando muere un amigo, un ser querido, cercano, no deberías escribir nada, pero ¿cómo dejarle esa tarea a alguien que no le conocía? Es como dejar que a tus muertos los velen desconocidos.
El domingo 21 de abril fallecía Pierre Gonnord (Cholet, Francia, 1963), después de luchar durante los últimos años contra un cáncer que finalmente ganó la batalla. Pierre Gonnord era economista, y durante su vida en Francia ejerció esta profesión, pero su llegada a España, a Madrid exactamente, significó para él un cambio total en su vida. No solo se alejó de sus problemas personales, con una familia que no acababa de asumir sus necesidades ni su personalidad, sino que descubrió que podía desarrollarse en algo que realmente le hacia sentirse libre y feliz: la fotografía. Sin perder su acento francés, ni la tristeza de su mirada, Pierre consiguió ser reconocido muy rápidamente como el mejor retratista de España, como uno de los mejores fotógrafos de su generación. Ganó premios, realizó importantes exposiciones mientras su obra evolucionaba desde la movida de Madrid (no confundir con la “movida madrileña”, por favor) a los gitanos del barrio andaluz de los 3.000, de los sintecho filósofos y los porteros de discoteca de Madrid a los mineros de la cuenca asturiana. De los rostros conocidos de Bimba Bose y David Delfín a los anónimos de cualquier lugar del mundo. No le importaban los nombres, solo le importaban las personas, las caras, él elegía a quien fotografiar. Poco amigo de aceptar encargos, solo conozco el retrato por encargo del expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero, el único retrato fotográfico en la lista de los expresidentes españoles.
Evoluciona su fotografía, desde esa primera muestra fotográfica colectiva de verano en la que Juana de Aizpuru, su vecina de abajo, le incluyó por no quedar mal con un amigo, y sin poca fe, pero que fue una puerta de entrada al mundo del arte. Una especie de stargate a través de la que atravesó tiempo y prestigio en el mundo de la fotografía en un tiempo récord. El claroscuro se vuelve tenebrismo, la dureza de los personajes se hace más marcada. La tristeza de su mirada nunca se borró. Una de sus características era hacer gala de una humanidad limpia y sencilla. Antes de tomar una foto trataba con las personas, hasta que le aceptaran, hasta que la mirada de cada uno de sus modelos se volvía franca y directa, sin miedo, sin duda. Así, de uno en uno y de cientos en cientos, Gonnord, Pierre, el francés, nos fue ganando a todos. A aficionados y a expertos, al público y a sus personajes. Entre Murillo y Zurbarán, Gonnord, un francés, nos devolvió a la pintura del siglo de oro español, sus luces y sus sombras. Solo una breve pausa sirvió para realizar unos paisajes en llamas, unos paisajes frondosos y vacíos que me sorprendieron y que nunca he podido borrar de mi memoria por su belleza y su misterio. Pero a Gonnord le interesaban las personas, no tanto la belleza, ni tanto la fotografía. Ahora tal vez alguien se pare a pensar que buscaba algo que posiblemente nunca encontró, que sus viajes eran huidas, búsquedas. El misterio para mí siempre fue su sonrisa breve, su mirada triste. Feliz tal vez a ratos, triste y frágil el resto del tiempo.
Entre Murillo y Zurbarán, Pierre Gonnord, un francés, nos devolvió a la pintura del siglo de oro español, sus luces y sus sombras
Un hombre demasiado joven, un artista con demasiado futuro por delante, que con tantas cosas por hacer nos deja, y ¿que quedará de él en todos nosotros? No basta la obra; me gustaría pensar que recordaremos a la persona, a ese francés tímido que salió de su casa y de su sociedad francesa para encontrar en Madrid y en España el amor de la gente, el respeto profesional. No fue suficiente, porque en la vida nada nunca es suficiente. La última vez que hablé con él era optimista, estaba mejor, quedamos en vernos, en hacer una exposición juntos. La última vez que le vi sus ojos seguían estando tristes, ese era el color de su mirada, la tristeza. Hoy somos nosotros, nuestros ojos y nuestro corazón los que están tristes. La fotografía española pierde a uno de sus mejores artistas, y todos los que le conocimos perdemos a un hombre excepcional. Adiós Pierre, hasta pronto.