Históricamente, las representaciones de cuerpos desnudos, que hasta 1835 habían sido una prerrogativa de las Bellas Artes (pintura, dibujo, escultura), hallaron un nuevo valor representativo en la fotografía. Junto con los paisajes, los desnudos han sido tradicionalmente un tema que se transpuso casi sin interrupción de la pintura a la fotografía cuando la nueva técnica de representación se hizo viable a finales del siglo XIX. De hecho, todavía es obvio que un buen número de representaciones fotográficas del cuerpo desnudo recuerdan con propiedad a la pintura. El sentido de ver lo “real”, de ser testigos de algo que ha sucedido, que ha estado “ahí” y que, por tanto, aún tiene una presencia, sitúa al espectador en la delicada, y al mismo tiempo excitante, postura del voyeur par excellence. Las primeras fotografías utilizaban eficaces estrategias visuales -más o menos conscientes- como la ocultación y la revelación del cuerpo utilizando velos, manos que cubrían o señalaban, o ángulos de visión que invitaban a una participación visual en la escena. La carga emotiva de estas estrategias de visión tuvo tradicionalmente la importante función de crear un espacio para el espectador de la escena y de forjar la ilusión de “estar” en la propia escena, como solía suceder en las pinturas religiosas de la Edad Media, del Renacimiento y del Barroco. Al mismo tiempo que se desarrolló esta temprana fotografía también se estableció ese innato sentido de lo absurdo del cuerpo re”presentado”, “presente” en un punto, pero también ausente por el mismo hecho de no continuar allí. Esta condición de lo absurdo se unió a la naturaleza de la propia técnica y continúa siendo una característica fundamental de la fotografía. En el siglo XIX se describían las imágenes de la cámara como “pinturas de sol” o “impreso por la mano de la Naturaleza”, las fotografías eran “tomadas” u “obtenidas”, al contrario que las pinturas, que eran “realizadas” o “pintadas” (Pinxit). La fotografía es “tomada”, “toma” un trozo de realidad y sólo graba el rastro que deja tras de sí la realidad, una sombra del pasado. La muerte y su representación es, en este sentido, un pariente cercano de la fotografía, como muchos autores, entre los que se incluyen Roland Barthes y Susan Sontag, han señalado.
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