La fotografía se ha convertido, desde su descubrimiento, en el testigo presencial de nuestras vidas. De alguna manera ha sustituido, o tal vez sea mejor decir que ha ilustrado, nuestros diarios. Desde que nacemos y nos hacen la primera foto como una prueba de vida. Ya estamos aquí, y esa que nos tiene en brazos es nuestra madre. Acabamos de nacer y ya somos protagonistas de una historia que se desarrollará en palabras, pero sobre todo en imágenes. Las fiestas infantiles, con los abuelos, con los hermanos, ni un solo hecho excepcional sin su foto: la primera comunión, el primer novio, la boda, los amigos, las fotos cortadas como el libro al que arrancamos unas páginas. Es la prueba de lo que queremos olvidar no viéndolo nunca más, como si la ausencia no fuera, tal vez, el mejor recuerdo. Los hijos, otra vez, los nietos, la vejez y la muerte, aunque esta última parte se evita, se esconde como ese trozo de foto que un día cortamos y tiramos a la basura o quemamos.
La fotografía cuenta historias, narra con imágenes más allá de lo que vemos, nos hace partícipes de la creación del mundo que no conocemos, pero imaginamos
Es decir, la fotografía cuenta una historia cotidiana, una historia vulgar. La vida misma de cualquiera. Pero esas vidas vulgares y sus excepcionales acontecimientos forman la historia del mundo, y llenan los millones de páginas de la mejor literatura. La fotografía cuenta historias, narra con imágenes más allá de lo que vemos, nos hace partícipes de la creación del mundo que no conocemos, pero imaginamos. Esa es la base de la fotografía documental y, muy especialmente, de esa nueva fotografía documental que no se centra en una guerra o en un holocausto, sino en la vida de nuestros padres, en los pasillos de un colegio, en las relaciones personales, esos infiernos cotidianos por los que todos pasamos.
Es lo que llamamos, en esta ocasión, la fotografía narrativa, que nos acerca a los sentimientos a través de una narración, de una serie de imágenes que se centran en personas y situaciones en las que sobran las palabras porque las imágenes son como flechas que siempre aciertan en nuestros ojos y en nuestros sentimientos. Hemos elegido solo unos pocos, pero podrían ser muchos más, tal vez convenga dedicar estas líneas a todos los que no están.
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