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Un cuadro sin género: El último suspiro de Marat

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Detalle de: Jacques-Louis David. Marat à son dernier soupir, 1793.

A menudo se quedaba solo. En la bañera. Apenas podía salir de ella. La enfermedad había empeorado. La piel le picaba. Era insoportable. Sumergirse en la solución con vinagre que él mismo se había recetado era la única forma con la que ese picor intenso se aliviaba. Algunos hablaban de que estaba leproso. Se enrollaba en torno a la cabeza una tela empapada en la mezcla para que le llegara al cuero cabelludo. Olía muy fuerte. Pasaba horas y horas allí dentro. Tenía que trabajar así. No había otra forma de hacerlo. Si no, la comezón se lo impediría y tenía que continuar. Utilizaba una tabla que colocaba apoyada en los lados para poder escribir. El tintero y las plumas estaban sobre una caja de madera cerca de la bañera. Así los tenía a mano. Ayer mismo le habían visitado algunos de sus compañeros para saber cómo estaba y se había mantenido así, metido en la bañera y con el trozo de tela en la cabeza. Le habían colocado un paño encima para taparse. Quería mantener cierto decoro. Su mujer, Simonne, le había entregado una carta. La había recibido esa misma tarde. Le llegaba bastante correspondencia para pedirle ayuda, animarle a continuar o denunciar algún hecho. No era extraño tampoco que llamaran a su puerta con la intención de verle. Simonne le había comentado también que una mujer había querido entrevistarse con él. La nota hablaba de una posible conspiración organizada desde la capital de una de las regiones más resistentes. Ella conocía los nombres y quería descubrirlos. Se sentía amenazada y le solicitaba ser recibida. Podía ser un engaño o una falsa alarma, pero si fuera cierto, era lo suficientemente importante como para no negarse a verla. Era lo que buscaba. Un golpe perfecto contra los que había traicionado a la causa.

Ella había llegado a París unos días antes. Le odiaba. Se aproximaba el 14 de julio y ya habían comenzado los preparativos. Los parisinos se reunirían en el Campo de Marte para celebrar el cuarto aniversario de la Revolución. Era allí donde pensaba acercarse a él. Y hacerlo delante de todos. Tenían que verlo. Había preparado incluso un discurso. Estaba obligada a que el mensaje fuera claro y que comprendieran su causa. No podía quedar ninguna duda sobre cuáles eran sus motivos. Sin embargo había sucedido algo que no esperaba y que daba al traste con sus planes.

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