La imagen se repetía a menudo en los ochenta y noventa: una apisonadora de color amarillo intenso a punto de pasar por encima de centenares de falsos relojes Cartier y Rolex. La difusión de esta acción, a veces en formato fotográfico y otras en vídeo –ahí se podía ver cómo la máquina destruía lentamente las piezas de imitación– servía para concienciar al ciudadano medio acerca de la ilegalidad de adquirir marcas pirateadas.
Pero nunca vimos que la apisonadora destrozase polos Lacoste de imitación ni bolsos Louis Vuitton de los que se vendían en los mercadillos callejeros; siempre deduje que esto era así porque para crear un poderoso efecto visual de destrucción lo eficaz era hacer papilla los pequeños engranajes de un sofisticado artefacto metálico, por falso que fuese, de este modo la analogía con la ley, con su fuerza implacable de actuación sobre cualquier individuo, era clara. “Relojes falsos”, los llamaban los ciudadanos de a pie sin percatarse de que se trataba de meras réplicas. No eran falsos los relojes: eran verdaderos relojes, con segunderos y minuteros que daban la hora con exactitud; lo falso era su afiliación a las marcas de prestigio cuyos nombres figuraban en la esfera.
Por eso la sorpresa de ver que esa misma gente que llamaba “falsos” a esos relojes, pero aún así los compraba porque daban la hora y a cierta distancia parecían verdaderos, está segura que el japonés Senji Nakajima, enamorado de una mujer de silicona, no siente amor genuino por ella. Senji es japonés, un hombre medio (¿acaso alguien de nosotros no lo es?), con el aspecto de un viajante de comercio que visita tiendas en las que ofrece los productos de su empresa, quizá medicamentos o cosméticos, o incluso equipamiento deportivo. Como Senji pasa muchos días lejos de casa –lejos, por tanto, de su esposa de corazón palpitante y sangre caliente– una noche, en un hotelito de Osaka, se le ocurrió que una manera eficaz de no echarla tanto de menos sería hacerse con una muñeca a escala humana de rasgos femeninos y dulces. La compró al día siguiente y la llamó Saori, o quizá sus fabricantes le dieron ese nombre y él lo aceptó.
Cuando los lectores de la versión electrónica del Daily Mail y de otros medios online ven las fotos de Senji con Saori piensan: “Eso no puede ser amor”.…
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