Una historia acelerada del disco
Ahí le tienen, partiendo la pana. Sí, es él: Tony Manero, un símbolo, un referente para la cultura del disco. Está como siempre: impecable, simpático y vacilón, como todos le recordamos… Enfundado en sus míticos pantalones, con su pelo recién cepillado, presume de cintura y también de paquete con su camisa brillante de cuello imposible y unos botines de suela y tacón alto, quién sabe si para realzar su figura un poco más –siempre un poco más– o para deslizarse mejor sobre esa pista de baile vaciada para él, por él, un vulgar italoamericano, un chico de Brooklyn que, en la epopeya de John Badham, protagoniza otra vez el sueño americano. Y todo gracias a su forma de moverse al ritmo de una música, una banda sonora que, cómo no, marcaría un hito –económico, esta vez– en la historia del cine. Pero Tony, nuestro Tony –permítanme que le tutee–, es también uno de los mayores fakes de la historia del cine. Primero, porque en realidad Tony no era ese macho desbocado de compulsiva verborrea e incontrolables tics en la cintura, sino más bien un escuálido muchacho que sí, bailaba mucho, es cierto, pero no en el centro de la pista, sino en una esquina del Odyssey 2001, la discoteca –real ahora sí– en la que se rodó la cinta. Y seguramente, también –digámoslo– fuera gay, algo intolerable para un guión que se pretendía comercial. Segundo, porque Badham, su director, se inspiró en un relato de Nik Cohn que años más tarde supimos que era falso porque él no conocía ni de lejos la escena del disco y creó, bajo las habituales presiones editoriales del periódico para el que colaboraba, un relato ficticio en base a lo que se oía y se decía de la escena en aquel momento. Un momento, 1977, en el que el disco ya empezaba a apestar.
Ahora bien, ¿qué es lo que había pasado para que aquella suerte de religión, nacida como un movimiento underground, mutara en apenas diez años, en una moda global hacia la que muchos tenían una aversión generalizada? Tal vez sea este el momento de echar la vista atrás y situarnos de nuevo en los orígenes del movimiento, cuando aquellos sujetos enloquecidos no podían siquiera imaginar que aquellos movimientos, aquellas conductas, aquellos gustos musicales, en definitiva, aquella manera de vivir la noche se convertiría en el patrón de la diversión de cientos de millones de jóvenes durante décadas.…
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