I.
“Lo peor es que era coja. Ojos tan lúcidos, una boca tan fresca, una postura tan señorial; ¡y coja! Este contraste me hace sospechar que la naturaleza a veces es un inmenso escarnio…”. Estas son las palabras que profiere el personaje Brás Cubas al intentar digerir la noticia de que la bella y joven Eugenia, una de sus pretendientes, era tal y como él lo repite, coja. Este comentario aplastante y políticamente incorrecto es uno entre los tantos que nos ofrece este protagonista en su autobiografía ficcional, Memorias póstumas de Brás Cubas, una novela del célebre escritor brasileño Machado de Assis, publicada en formato folletín para la Revista Brasileira en 1880. Como si se tratara de un escrito post-mortem, su narrador —este autor-difunto o, más bien, este difunto-autor— nos ofrece un relato muy inherente a las experiencias vitales de un hombre blanco de clase alta en el Río de Janeiro del siglo XIX. Sin embargo, la suya no es una narrativa centrada en hazañas, logros dorados y heroísmos. Todo lo contrario: Brás Cubas se presenta desde la página uno como un anti-héroe, fracasado, cínico, dotado de una sinceridad propia de un muerto que, no teniendo nada que perder, decide revisitar su propia historia. A partir de este insospechado lugar narrativo, él comparte anécdotas muy poco dignificantes; como cuando rememora que de niño acosaba a las esclavas cuando éstas no atendían a sus deseos y que, a modo de diversión, empotraba a sus hijos como si fuesen caballos. Que en la vida adulta, se gastó gran parte de la fortuna de su familia con amantes, o que logró ser diputado solo por la influencia de su padre. No sin razón, como remate final de su discurso, celebra entre aliviado y melancólico el hecho de no haber tenido hijos. Al final, logró “no transmitir a ninguna criatura el legado de nuestra miseria”.
En cierto modo, la historia de ese protagonista es también una historia de la capital del Imperio brasileño, Río de Janeiro. Una historia de una ciudad heterogénea, con mansiones y palacetes al lado de barrios miserables; de una sociedad clasista cuya estructura económica y social dependía de una lógica esclavizante y cuya élite, con sus privilegios coloniales sumados a ideales positivistas y a un cientificismo determinista, justificaba sus políticas excluyentes con base a una supuesta falta de capacidad, de salud y de moral achacada a los cuerpos que, por estos mismos motivos, estaban condenados a la miseria.…
Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO
Suscríbete