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Por la madriguera del Conejo… Otra vez

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Érase una vez… es una colección extremadamente curiosa que despierta un interés creciente (que no deja de aumentar) a medida que se avanza en su examen. Muchos –entre los que, por supuesto, me cuento– se verán sorprendidos por la selección de los editores. Con una reserva algo mayor que la de los imitadores, emuladores y avatares de Alicia que se han introducido en mi vida a través de estas imágenes, me he preguntado cómo encajo yo en este “mundo de cuento de hadas”. Quizá la correría que realicé “en cierta ocasión, hace ya tiempo” por el mundo de las imágenes fotográficas, inspiró este encargo, ya que se dan ciertas coincidencias afortunadas. Image & Imagination me introdujo en la obra de Polixeni Papapetrou y me permitió conocer a Olimpia en su serie Dreamchild (2002-3), deslumbrantes recreaciones fotográficas del País de las Maravillas (2003-4) de Lewis Carroll. Igualmente fascinante fue el simbolismo apocalíptico postcolonial de Tracey Moffatt en su serie Invocations (2000). En mi condición de escéptica de toda la vida (suspicaz buscadora de pruebas fotográficas), me sentí llevada a ensoñar las imágenes que estos artistas colocaban delante de mí, a llenarlas de mi propia “densa figuración”.

Lewis Carroll (Charles Lutwidge Dodgson). Alice Liddell as “The Beggar-Maid”, ca. 1859. Courtesy of Morris L. Parrish Collection, Princeton University Library

Para mí, esto era un estilo de experiencia fotográfica, una forma de ver que podría concentrarse en cualquier fotografía y extraer maravillas de las cosas más ordinarias, de las instantáneas más banales o inescrutables. En resumen, mi noción de la creación de imágenes fotográficas residía por completo en mi participación como espectadora. Me interesaban menos las imágenes que trataban de representar sueños y fantasías que la capacidad creativa de la mente de quien las contempla. ¿Suponía eso cautela o conservadurismo por mi parte? Quizá. Siempre me ha entusiasmado la intolerancia de George Bernard Shaw con la teatralidad fotográfica y sus desdeñosos comentarios tales como: “La cámara no puede decorar; no puede dar forma dramática; no puede crear alegorías”. También sé dónde tropecé por primera vez con la actitud expresada por el dramaturgo irlandés: en las páginas de The Photographer’s Eye, de John Szarkowski, en las que se convocaba a Shaw a favorecer la causa de la pureza modernista: “Hay una terrible veracidad que rodea a la fotografía” y que conserva la realidad de la modelo, incluso si el fotógrafo “la disfraza, la fotografía y la llama Julieta, sin que ello, no se sabe por qué, dé resultado – sigue siendo la señorita Wilkins, la modelo.

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