post_type:texto_central
Array ( [0] => 116917 [1] => 116944 [2] => 116963 [3] => 117010 [4] => 117052 [5] => 117070 [6] => 117121 [7] => 117155 [8] => 117200 [9] => 117178 [10] => 117221 [11] => 117235 [12] => 117253 ) 1
size_articulos_ids: 13
Current ID: 117070
Current pos: 5
Articulo anterior: Manolo Quejido
Articulo siguiente: La Europa solar
prevID: 117052
nextID: 117121
anterior

Piigs

siguiente
Detalle de: Valeriano Domínguez Bécquer. El baile o La carreta, 1866. Museo Nacional del Prado, Madrid.

Ingenium

O, treble woe

Fall ten times treble on that cursed head,

Whose wicked deed thy most ingenious sense

Deprived thee of!


William Shakespeare, Hamlet. Acto V, Escena I.

Por mi mala cabeza di en dedicarme a la filosofía, y cómo no, desde bien joven decidí aprender alemán, puesto que buena parte de mis profesores sostenían con encomiable firmeza que el castellano era un idioma poco o nada apropiado para la reflexión filosófica. De tal cosa era prueba obvia la práctica inexistencia de filósofos y pensadores destacables que hubieran desarrollado su quehacer en nuestro idioma. Sin duda debía haber alguna minusvalía lingüística, algún fallo de fábrica en nuestra forma de componer sustantivos o de encadenar preposiciones con suposiciones que nos hacía extremadamente poco competitivos en el mercado filosófico. En español no se podía filosofar, esa debía ser la cosa.

Como tantos otros investigadores, le busqué remedio al tema emigrando lingüísticamente adonde hiciera falta. Y no digo yo que estuviera mal, ni que no me haya sido útil, pero ahora que lo pienso me da a mí que algo nos estábamos perdiendo. ¿De verdad la filosofía no medraba en nuestro país por simple inadecuación lingüística? ¿No hay conceptos en nuestra lengua capaces de hacer fértil una reflexión filosófica? ¿No nos es posible pensar algún remoto momento de nuestra historia intelectual que contravenga esta fatalidad filológica? ¿Y qué puede haber pasado para que una literatura y un pensamiento fértiles hayan dejado de serlo, hasta el punto de perder el derecho mismo a pensar en nuestra lengua?

José de Ribera. El filósofo Crates, 1616.
National Museum of Western Art, Tokio.

Stephen Toulmin fue discípulo de Wittgenstein y se ha convertido en uno de los más apreciados historiadores de la razón y la ciencia. Según cuenta Toulmin, hacia el año 1600, el centro de gravedad económico y militar en Europa empezará a subir hacia el centro y el norte del continente. Ello no supondrá un mero desplazamiento geoestratégico; con el movimiento se producirá también un brutal reajuste de los ideales y las prácticas intelectuales de la Modernidad: Bacon y Descartes como nuevos abanderados de esta segunda modernidad consagrarán el dualismo donde antes estaba la pluralidad abierta de fuentes, la concepción de la naturaleza como sospechosa a la que habrá que “torturar” –dice Bacon– hasta que nos revele todos sus secretos frente a las nociones más organicistas de la filosofía clásica que pretendían explorar la potencia cognitiva de nociones como natura naturans, virtud o ingenium.

Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO

Suscríbete