Estoy en Canberra, Australia, en medio de un aguacero tropical de finales de verano. Mi apartamento está rodeado de árboles. El murmullo del tráfico lejano queda ahogado por el staccato de las gotas al golpear las hojas y los roncos graznidos de las cacatúas cuando se lanzan en picado de una rama a otra. Las fotografías de la terraza siempre evocan en mí ese fin de semana en concreto, cuando el agobio me empujó a caminar bajo la lluvia, a saborear la humedad en los labios, esperando que escampara pronto y que las calles volviesen, una vez más, a estar impregnadas con la fragancia de los eucaliptos.
La fotografía trae a la memoria recuerdos de momentos y lugares, evocando lo sensual por medio de lo visual. Las fotografías funcionan por analogía, sustituyendo al recuerdo real, quizá mejorándolo, o reconjugando hechos particulares hasta el punto de que puede resultar difícil distinguir entre el recuerdo real y los momentos particulares, aislados por medio de la imagen congelada. Las fotografías también son análogas porque, si un lugar o una vista no son familiares, nos inspiramos en experiencias de lugares semejantes para crear las texturas, los sentimientos y el ambiente del sitio sobre el cual se esté contando una historia concreta.
El entorno no está silencioso. El viento agita los arbustos de los páramos, los animales claman, las tormentas de arena rugen en los desiertos, el agua corre de arroyo en arroyo, las cascadas golpean las rocas, el hielo ártico gime al resquebrajarse. Es la fotografía lo que acalla la luz y silencia el paisaje. Vemos la forma y el contenido, pero no el movimiento. Respondemos al color, pero no a los sonidos ni a los olores. La canción incesante de las cigarras puede ahogar el rechinar de la maquinaria agrícola en la distancia o las ondas del agua en la orilla del lago, pero esto no lo pueden expresar las fotografías. Incluso en el Antártico, una región a la que a menudo se hace referencia en términos de “el gran silencio”, los expedicionarios comentan los sonidos y los olores de las colonias de focas o pingüinos y el aullido furioso del viento.
Los artistas exploran los rincones investigando los detalles, creando una sensación del territorio y experimentando con formas para transmitir una idea de la magnitud y la atmósfera de los ambientes particulares.…
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