Son los que pueblan mi memoria con su presencia sin rostro, y si pudiese encerrar a todo el mal de nuestro tiempo en una imagen, escogería esta imagen, que me resulta familiar: un hombre demacrado, con la cabeza inclinada y las espaldas encorvadas, en cuya cara y en cuyos ojos no se puede leer ni una huella de pensamiento.
Primo Levi, Si esto es un hombre.
Desentrañar el significado que tienen la falta y el delito en las sociedades contemporáneas, supone desentrañar el sentido que tiene el dolor en nuestro mundo. Esta afirmación aunque extrema no es gratuita. La genealogía de la falta, momento precedente del delito, es producto de una desproporción: la de la vida humana. El dolor, al igual que el placer, son límites fenomenológicos del sujeto. Son las desterritorializaciones de la conciencia o las formas mismas de la desproporción del individuo consigo mismo. Particularmente, el dolor es una inminencia y una pregunta. Es la inminencia del tiempo como preludio de la muerte y es la pregunta lanzada a una alteridad posible. En el dolor, el cuerpo es el escenario de una lucha: la del tiempo como carnalidad, la de la humanidad como desproporción. Desproporción consigo mismo y desproporción con una alteridad radical a la que se le pregunta por qué. La falta no es entonces la explicación del dolor y la muerte, más bien son éstos dos los que explican la falta. Se trata, como lo hace ver Paul Ricoeur, de la condición de fabilidad del ser humano.
Desmedida originaria de la relación entre la voluntad, el cuerpo y el otro. Así pues, poder responder a la relación entre la falta y el delito en la sociedad contemporánea, supone responder al lugar que ocupan los binomios libertad/destino, justicia/alteridad en nuestro entorno. Sólo así se puede entender que la falta es producto de la proximidad del hombre consigo mismo, con el mundo y con el otro, mientras que el delito nace del distanciamiento de estas relaciones originarias que los sistemas simbólicos de poder realizan a través del olvido del dolor. Este, desde mi perspectiva, debe funcionar como condición reguladora de las diversas relaciones éticas que el ser humano entabla con su entorno.
Los binomios libertad/destino y justicia/alteridad, no son más que las estructuras ontológicas de la actividad/ pasividad del sujeto.…
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