post_type:texto_central
Array ( [0] => 98144 [1] => 98145 [2] => 98146 [3] => 98147 [4] => 98148 [5] => 98149 [6] => 98150 [7] => 98151 [8] => 98152 [9] => 98153 [10] => 98154 ) 1
size_articulos_ids: 11
Current ID: 98144
Current pos: 0
Articulo anterior: Postales desde el otro lado
Articulo siguiente: Jacques Fournel
prevID: 98143
nextID: 98145
anterior

Monumentos iluminados y otras ficciones turísticas

siguiente
monumentos

Olivo Barbieri. site specific_ROMA 04, 2004. Courtesy of the artist and Yancey Richardson, New York.

Monumentos Iluminados

En su famoso artículo sobre la torre Eiffel, Roland Barthes recordaba las reflexiones de Maupasant sobre el monumento parisino: el único modo de no verla es estar dentro. Por eso iba a comer al restaurante de la torre tan a menudo –prefería no tenerla delante. Porque, dice Barthes , “la Torre mira a París”. La torre Eiffel es, así, una imagen obsesiva y típica; un monumento que, sin contenido, sigue reflexionando Barthes, al contrario que una catedral o un museo, obliga al turista a tratar de llenar sus vacíos y sus angustias con aquello que excede, lo que no tiene un significado más allá de su sola presencia. Son las aspiraciones del turista que sale de casa con imágenes prefijadas, imágenes que reproducen los folletos y, hoy en día, las vistas de los lugares que impone Internet.

Illustration
Olivo Barbieri. Pisa, 1992. Courtesy of the artist and Yancey Richardson, New York.

De hecho, las más de las veces, tratando de huir de un viaje convencional, hasta dejándose llevar por las calles de la ciudad desconocida en un intento de ver lo que ninguna guía recomienda, terminamos atrapados por el consenso. Es más, llega la noche y cada secreto se desvela. Cada cosa, camuflada durante el día, se ilumina indiscreta y catedrales, bancos, torres, museos, monumentos… persiguen al viajero como una presencia inevitable. Si a alguien se le había pasado un edificio histórico durante el paseo matutino, en el momento mismo de hacerse de noche, los focos desnudan las calles de misterio, dejando claro, incluso para el viajero que trata por todos los medios de no convertirse en turista, que no hay salida.

En cada rincón se va enfocando lo que aparece en las postales y las fotos de las páginas web: los reflectores proponen el repertorio obligado. Aquel que decida no viajar con guía o en un viaje organizado; el que decida no mirar cuando pasea y huir de lo típico; el que aspire a perderse en Roma e ir encontrando rincones insospechados, llegada la noche se da de bruces con lo imposible de sus aspiraciones. Al enfilar la rotonda, el Coliseo iluminado le devuelve a la realidad más cruda. Es la idea del monumento redundante –monumento monumentalizado– que el afán y las estrategias turísticas han impuesto.

De hecho, la iluminación implica una especie de tautología, cierta repetición obvia que no necesita de ulteriores informaciones. ¿Hay alguien capaz de no ver el Coliseo de Roma, de día o de noche, desde kilómetros de distancia?

Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO

Suscríbete