¿Qué es la noche? ¿Cuál sería la mejor forma de definirla? Es difícil porque hay muchas noches posibles, mil y una. La astronómica, que establece la ciencia atendiendo a la posición de los astros, y la civil, que determina la autoridad, como sucede con los toques de queda o, menos dramático, el comienzo y el final de los servicios nocturnos. No es igual una noche de octubre a una de abril en Londres. Tampoco es lo mismo una noche de finales de junio en Oslo que en Nueva Dehli.
Es difícil de definir, también, porque siempre se hace contraponiéndola –conceptos enfrentados fundamentales en el desarrollo del pensamiento occidental; pares de opuestos, antónimos los llaman, imprescindibles en la construcción del lenguaje que se hace discurso– a algo que se piensa mucho más claro, preciso, determinado, definido, como es el día, cuando no se considera que simplemente es una parte de él, la parte oscura; es decir, que el día contendría a su contrario, a aquello que no es, a la noche, que de este modo perdería entidad, tendría menos importancia, sería menos relevante, a pesar de que en muchas culturas, el paso del tiempo se ha medido y mide por noches y no por días y es ella la que ha fijado y continua fijando las fechas señaladas en el calendario, un calendario otro que no interesa demasiado, solo cuando puede dar problemas, hay que prever.
La noche es el período de tiempo –algunos insistirán en que es el periodo del día, si se considera que un día dura veinticuatro horas, lo que se ha calculado que la Tierra tarda en dar una vuelta sobre su eje– que va entre el crepúsculo y el amanecer, entre el momento en que el Sol se oculta en el horizonte, haciendo que acabe la tarde, y en el que nace, dando paso a la mañana.
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