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Zanele Muholi. Julile I, Parktown, Johannesburg, 2016. Courtesy of Stevenson, Cape Town/Johannesburg/Amsterdam and Yancey Richardson, New York. @muholizanele

Conversación entre Esther (Mayoko) Ortega y Rubén H. Bermúdez

Esta conversación se debería haber producido en la parte trasera exterior del gimnasio del colegio. Sentados allí hubiésemos hablado de nuestros recuerdos comunes, en esas canchas que teníamos de frente y que habían sido parte de nuestras múltiples conexiones. Pero no pudo ser allí, con la espalda apoyada en esa pared y mirando hacia la pista de baloncesto; la excepcionalidad, la pandemia. Así que una fría pero ya soleada mañana de invierno nos tomamos un café en el Bar Metropolitano y ahí, después de una eternidad pandémica sin vernos, retomamos nuestras conversaciones.

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Megane Mercury. Sin título, from Nobody Loves Me series, 2020. Courtesy of the artist. @meganemercury

Rubén H. Bermúdez: Quiero empezar recordando la primera vez que vi la pieza Desenredo de Angélica Dass. Era de noche y estaba tumbado en el sofá. Llegué un poco de casualidad y le di al play sin saber qué iba a ver. Me impactó muchísimo. Sentí que era la primera vez que el arte contemporáneo me estaba hablando directamente a mí. Fue súper emocionante. Sería 2014 y estaba comenzando a trabajar en mi proyecto Y tú, ¿por qué eres negro?.

Salto a 2019 y estoy en Bamako, en la bienal de fotografía. Me han invitado a participar en la mesa de la diáspora. Comparto mesa con Adji Dieye, me reconozco en su trabajo. Estoy súper feliz. Quizá sea mi perspectiva, pero siento que todo ha cambiado mucho.

Esther (Mayoko) Ortega: Recuerdo cuando me diste una copia de Y tú, ¿por qué eres negro?, lo abrí y lo leí. Me impresionó mucho. Algunas imágenes especialmente me llevaron a lugares muy concretos de mi vida, eran como evocaciones. Las de los partidos Lakers-Celtics y, en concreto, el 32 de Magic. Yo era pequeña pero ya no tanto, jugaba al baloncesto y era base, mi referente era Magic Johnson. Como no tenía posibilidad de conseguir esa camiseta de los Lakers, me la hice cortando las mangas de una camisa de mi abuelo pintándole un 32 con rotulador en la espalda. Así bajaba a jugar a la cancha del cole, del Antonio Hernández, de Móstoles. Me sentía poderosa, daba asistencias y encestaba como si el espíritu de Magic Johnson estuviera en esas pistas del colegio. Y sentí esa fuerza de nuevo al abrir el libro y ver esa imagen tantos años después.

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Angélica Dass. Desenredo, 2012.

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