A partir de los años sesenta la tasa de participación de las mujeres en el mercado de trabajo remunerado ha ido en aumento, actualmente datos del Banco Mundial estiman que el promedio en el mundo es de 53 por ciento, mientras que la de los hombres es de 80 por ciento. Durante este periodo la agenda internacional ha enfatizado la importancia de la inserción de las mujeres al mercado laboral, se esperaba que al tener ingresos propios alcanzarían una mayor autonomía e independencia y, por ende, el poder que ejercían los hombres sobre ellas se reduciría. Sin embargo, esto no ha sucedido, más bien esta transición ha evidenciado que la discriminación hacia las mujeres tiene manifestaciones más escabrosas, y que la dependencia económica es apenas la punta del iceberg.
En cuanto las mujeres deciden tener un trabajo remunerado, surge la pregunta: ¿Y ahora quién se hará cargo de las labores domésticas y de cuidados? La respuesta es obvia, las mujeres tienen que ingeniárselas para que las veinticuatro horas que tiene el día les alcancen para distribuirlas entre el trabajo remunerado, sus necesidades básicas, la maternidad y cuidado de familiares, las labores domésticas, y, por si fuera poco, tienen que dedicar tiempo para cumplir con los estereotipos de belleza que demanda la sociedad actual. Si por alguna razón no les es posible, entonces tienen que generar ingresos suficientes para contratar una empleada que les aligere la carga de trabajo en el hogar. La supuesta libertad ganada por la independencia económica resulta entonces un engaño, ya que no se traduce en una verdadera autonomía, y mucho menos en el mejoramiento de la condición y posición de la mujer en la sociedad, debido a que las estructuras laborales no les permiten ni tener un salario justo, ni acceder a condiciones en el empleo acorde a sus necesidades; al parecer, el trabajo constituye un grillete más que se tiene que arrastrar. Si el trabajo no fuera una actividad que proporciona un sentido de trascendencia y una satisfacción puramente humana, no valdría la pena realizar todo este esfuerzo.
Ante el contexto que enfrentan las mujeres en el ámbito laboral, en donde no es factible tener una posición en la que puedan ejercer sus potencialidades y libertad, se hace difícil soltar completamente el espacio del hogar, que les ha sido asignado socialmente, y en el que por reducido que sea, al menos tienen control sobre la educación de sus hijas e hijos.
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