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La muerte llana

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destrucción

Bas Princen. Ringroad Findeq Ceuta, 2007. Courtesy of the artist.

En 1953 la novelista y crítica inglesa Rose Macaulay publicaba el Esplendor de las ruinas, un estudio breve y muy particular sobre la historia del “culto a la ruina”. Según su autora, esta obsesión por el encanto de la decadencia ya existía sin duda en el Renacimiento tardío, si bien no fue hasta el siglo XVIII cuando verdaderamente llegó a calar en la imaginación estética europea, alcanzando su máxima expresión en el periodo romántico, hasta que en el siglo XX, aparentemente, cayó en declive. O tal vez no fue así. Mientras escribía entre las zonas devastadas por los bombardeos del Londres de posguerra –personalmente, ella ya había sido testigo en mayo de 1941 de la destrucción de su casa y su biblioteca– Macaulay decidió añadir a su libro una “Nota sobre las nuevas ruinas” en la que se planteaba la posibilidad de entender la reciente destrucción de las ciudades europeas en los términos de la antigua estética de la ruina. Aparentemente, los ingredientes estaban presentes: “Caminamos a trompicones entre cimientos de piedra y restos de paredes de sótanos, entre los fantasmas de comerciantes y taberneros exiliados que allí proseguían con sus labores. Los revestimientos de las iglesias se abren descubriendo su vacío; pequeñas flores amarillas de diente de león adornan los altares destrozados”. Sin embargo, a pesar de estas imágenes tan líricas, parece que la huella del desastre de la ciudad bombardeada estaba aún demasiado reciente y demasiado fresca como para calificarla de ruina per se. El culto a la ruina requería de “una fantasía, velada por las oscuras imaginaciones de la mente”, pero estas nuevas ruinas eran excesivamente reales.

“Es imposible recuperar el estremecimiento del terror. Todo es insignificante –aquí, en el cenit de una historia desenmascarada por su propia violencia, todo se mantiene en inquietante calma, como un campo abandonado en noviembre”.

Jean Baudrillard, “The Anorexic Ruins, 1989

El interés de Macaulay por la condición de estas nuevas ruinas es un interés pedagógico, en parte porque Esplendor de las ruinas fue escrito en un momento a medio camino entre nuestro presente y la invención de la fotografía, algo que, curiosamente, ella no tiene en cuenta. La fotografía, en líneas generales, no ha respetado la distinción que hace Macaulay entre la auténtica ruina y este ejemplo más reciente de violencia o destrucción acelerada que aparentemente no es asimilable al arte, a la estética o a la mirada del viajero con tendencia a lo pintoresco.…

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