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La memoria de las ruinas

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Joel Meyerowitz, Base of North Tower Looking East, serie Aftermath, 2001 Courtesy of the artist and Edwynn Houk Gallery, New York

Las ruinas son monumentos, pero mientras que los monumentos erigidos a conciencia articulan un deseo de permanencia, incluso inmortalidad, las ruinas conmemoran la naturaleza efímera de todas las cosas así como los poderes limitados del hombre. “La descomposición puede ser frenada, pero sólo brevemente, y entonces continúa. Es la imagen negativa de la Historia…” escribió J. B. Jackson, historiador del paisaje. Es la imagen negativa de la Historia y un aspecto necesario de ella. El borrar la descomposición o la conciencia de descomposición, el declive, la entropía y la ruina, es borrar la comprensión de esa relación que se desenvuelve entre todas las cosas, de la oscuridad a la luz, de la vejez a la juventud, de la caída al levantamiento. La caída y el levantamiento están hechos el uno para el otro.

Viéndolo de otra manera, todo es la ruina de lo que le precedió. Una mesa es la ruina de un árbol, como lo es el papel que tienes en tus manos. Una figura tallada es la ruina de la piedra de donde se esculpió, y todo lo que está hecho de metal requiere un levantamiento de la tierra y la extracción de la materia prima a una escala de desproporciones extraordinarias con relación del producto resultante. Imaginarse la metamorfosis que es la vida en nuestra tierra, en toda su inmensa escala, es imaginarse tanto la creación como la destrucción, y el imaginárselas juntas es ver su relación íntima en el terreno común del cambio, abrupto y gradual, bello y desastroso; es ver la riqueza generativa de las ruinas y la ruinosa naturaleza de todo cambio. Según Wordsworth, “el niño es el padre del hombre”, pero el hombre también es la ruina del niño, tanto como la mariposa es la ruina del gusano. Los cadáveres alimentan las flores; las flores comen cadáveres.

Illustration
Juan de Sande. Barakaldo, 2005. Cortesía de Travesia Cuatro, Madrid

Una ciudad, toda ciudad, es la erradicación, incluso la ruina, del paisaje de donde emergió. En su caída, ese paisaje original a veces sale airoso. Un día, paseando por el distrito Mission de la ciudad de San Francisco, me encontré en una intersección de calles y con un escalofrío me di cuenta de que el paisaje naturalmente empinado que yace debajo de la ciudad todavía seguía ahí, como un fantasma, como la piel que está debajo de la ropa que la reviste. Es el mismo paisaje que reapareció entre los miles de escombros del terremoto de 1906, y que algún día volverá a surgir.…

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