Como palabra, salvaje nace con un sinónimo, que es silvestre. Ambos significados son técnicamente exactos, aunque no puedan ser utilizados indistintamente. La lengua española hace que una flor sea silvestre y un animal pueda ser salvaje, pero por lo general no a la inversa, aunque el oído de la lengua le permita al animal “asilvestrarse.” Es una convención sin duda, pero el oído manda. Cuando se tradujo al español La pensé sauvage de Lévi-Strauss como El pensamiento salvaje, se hizo lo correcto, pero en la traducción desaparece la alusión a la flor (cuya imagen además ilustra la portada del libro), que para el oído español es por lo general un “pensamiento silvestre” y no “salvaje”. La traducción era la obligada: tratando el libro del pensamiento de las tribus primitivas, la alusión a su nombre de antes, “salvajes”, era prioritaria. Sin embargo la portada muestra un segundo uso del término francés “sauvage”, el nombre de una flor silvestre, que atempera la dureza de la primera lectura. Al lector español no le queda sino tomar el título al pie de la letra.
Sin duda hay una dureza en el término “salvaje” que no hallamos en “silvestre”, una ferocidad, una desmesura incluso. Por esa razón nos resistimos a llamar salvaje a una paloma, y se la llama silvestre. Ambos nombran lo mismo, lo contrapuesto a lo cultivado o domesticado, son nombres que sacan lo que son de una negación, son “lo otro de…”. Al rostro amenazador de esta negación le corresponde el nombre de salvaje. Es la espesura que rodea los primeros asentamientos humanos, es el bosque que circunda las polis griegas, poblado por una multitud de seres nocturnos de pesadilla, en los que las facetas más terribles y atávicas del animal humano se manifiestan fuera de toda medida. Eso es propiamente lo salvaje, lo que habita en el bosque, lo selvático (del latín, silvaticus, a través del occitano y el catalán, salvatge).
Empleado como sustantivo y aplicado a seres humanos, su uso es relativamente tardío. Para que sea plenamente posible habrá que esperar a los tiempos de los navegantes y los colonizadores, la era de los Descubrimientos. Su uso queda consagrado entonces en uno de los primeros diccionarios de nuestra lengua, el Tesoro de la lengua castellana o española (Madrid, 1611) de Sebastián de Covarrubias, en el que se lee literalmente lo siguiente. «SALVAGE, todo lo que es de la montaña, los pintores que tienen licencia poetica, pintan vnos hombres todos cubiertos de vello de pies a cabeça, con cabellos largos y barua larga.
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