En otoño de 1931, el poeta Manuel Altolaguirre se instala en Madrid, en un pequeño hotel cerca de la Puerta del Sol. Pregunta si puede subir una máquina a su habitación y, pensando que es una máquina de escribir, le dicen que sí. Es una máquina de imprimir, que llena todo el espacio que deja libre la cama.
En ese pequeño ámbito Altolaguirre se afana: hace años que las obras de esa extraordinaria generación de poetas que florece en España (Federico García Lorca, Rafael Alberti…) ven la luz gracias a que él compone a mano, e imprime hoja a hoja, las revistas y los libros donde se difunden. Si no tiene un local donde hacerlo, usa la habitación en la que vive. Y cuando ha producido los pocos ejemplares (150 o 200) que suelen tirarse de esas obras, comienza el calvario de hacerlos llegar a sus escasos suscriptores, a los libreros que pueden difundirlos, a algún colaborador en América…
Vivimos en una era de exuberancia informacional. Prácticamente cualquier hogar tiene hoy un ordenador conectado a Internet; la mayoría de los teléfonos que llevamos en el bolsillo pueden también conectarse a la Red. Acceder a algo que se ha escrito en cualquier lugar del mundo es algo no sólo posible, sino trivial: una acción que se realiza varias veces al día. Y lo que es igualmente importante, escribir algo y publicarlo en la Web es también muy simple. Y barato.
En el universo de objetos creados por los usuarios que alberga la Internet y zonas aledañas (ese abigarrado batiburrillo de vídeos, fotos, mensajes de 140 caracteres, páginas web, comentarios en foros…), los blogs tienen un papel especial.
El término blog nació hace una docena de años, como reducción de weblog, es decir: una especie de diario o cuaderno de bitácora que iba recogiendo los sitios por los que se navegaba. Pero lo realmente revolucionario era el procedimiento por el que se realizaban y se publicaban. Los blogs se creaban mediante sistemas gratuitos que permitían la confección de páginas con una apariencia y contenido personalizados, y que eran luego publicables en la Web.
En los años 30, el poeta impresor Altolaguirre pedía a sus amigos que le recomendaran libros y revistas sobre tipografía y artes gráficas, con el fin de tener una guía sobre cómo plantear sus publicaciones. Pero desde muy pronto quien quería crearse un blog dentro de alguna de las plataformas disponibles podía escoger (y tal vez modificar) uno de los muchos temas existentes, que proporcionaban una maqueta general, un tipo de texto, una forma de insertar las ilustraciones, etc.…
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