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La imagen sospechosa: de los dogmas a los fraudes (o fakes)

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Jorge Molder. Secret Agent, 1991. Courtesy of the artist

“El simulacro no es lo que oculta la verdad. Es la verdad la que oculta que no hay verdad”.

Jean Baudrillard

Prometo decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Lo juro.

La historia de las imágenes es un relato ligado a dogmas y engaños. El valor garante de lo fotografiado ha permitido a los estados, instituciones y creadores establecer discursos absolutos en torno a la veracidad de los haluros de plata, aún sabiendo que éstos eran un cúmulo de subterfugios. Hoy en día, son conocidos los usos de los regímenes totalitarios que utilizaron el fraude de las imágenes como sistema de control de la población y aparato de propaganda ideológica en las dictaduras de Stalin, Mussolini y Franco. Una manipulación de las imágenes históricas que, como argumenta Foucault, coincide siempre con los periodos de guerras, revoluciones y dictaduras en el siglo XX.

Lo falso (fake) es un término escurridizo y bipolar, más fácil de entender si lo enfrentamos al inaprensible concepto de autenticidad. ¿Pero quién define los márgenes de lo verdadero sin tener en cuenta el recorrido del engaño? Esta compleja ecuación ya quedó esbozada en las palabras del joven Arthur Rimbaud cuando escribió “Yo es otro”, que nos recuerda que nada es absoluto y que la certidumbre y la mentira no pueden entenderse por separado, puesto que ambas surgen como reverso de su contraria. La dificultad estriba en definir sus márgenes, puesto que lo auténtico, en nuestra sociedad moderna, es siempre un narración construida que se alimenta de reflejos como sentenció Jean Baudrillard en su texto La precesión de los simulacros; una sucesión de copias sobre copias que enmascaran y desnaturalizan lo vivido y nos sitúan en un escenario de artificio, donde lo real y lo simulado se entremezclan. La verdad es un concepto que no es inherente a sí misma, sino más bien como defiende el pragmatismo, un proceso que ha de verificarse, un suceso que es porque acontece.

El engaño, por el contrario, es un acto consciente que ofrece lo inverso de lo prometido. Un ejercicio trilero de suplantación que negocia con la percepción del emisor, pero también del receptor de la farsa. Ahora bien, para que el truco funcione hace falta disponer de un sistema regulador que verifique los hechos como ciertos y una de sus herramientas fundamentales es la imagen; gracias a ella y a su poder mimético hemos contado el mundo sin apenas cuestionarlo.

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