Que los países europeos donde vivir la vida es un elemento fundamental de la cotidianidad sean los más castigados por la crisis económica, da qué pensar. España, Italia y Grecia, que últimamente se han convertido en las rémoras de la economía europea, en el lastre que podría llevarse a pique a nuestro avejentado continente, son también los países adonde todo el mundo quiere viajar.
Los europeos del norte eligen a estas tres rémoras para pasar una temporada, o para alquilar o comprar una casa y quedarse a vivir. A estos tres países a donde la gente viene a vivir la vida, hay que agregar a Portugal, ese otro objeto del deseo de los europeos económicamente pujantes, y a Irlanda, que es una isla que, a pesar de su frío de perros y de su niebla permanente, tiene ánima mediterránea, y ahí también el vivir la vida se considera un valor crucial.
Sobre Irlanda, por ser el país más excéntrico de este selecto grupo, voy a proponer una evidencia literaria: la prosa de Ulises, la monumental novela de James Joyce, en su inglés original, es prima hermana fonética de la prosa de Guillermo Cabrera Infante, que era cubano. No está de más añadir que la mejor traducción al español que se le ha hecho a Joyce es la que hizo el mismo Cabrera Infante de su libro Dubliners.
Cada país está orientado de una manera particular, cada pueblo tiene su genio, su humor y sus manías. Hay países orientados hacia la productividad, como hay otros que lo están hacia la religión o hacia la vida reglamentada, o hacia la vida interior o la guerra, etcétera. Para estos países, vivir la vida es algo que se hace entre una obligación y otra: en un tiempo muerto. Un planteamiento vital distinto del que tenemos los PIIGS, ese malicioso acrónimo en inglés (Portugal, Italy, Ireland, Greece, Spain), al que quitándole una “i” formaría la palabra CERDOS, y que viene de Londres, una ciudad donde los altos ejecutivos financieros, de tanto viajar a estos países que están hundiendo Europa, han aprendido los beneficios fisiológicos de la siesta, y el incremento en la productividad que sobreviene después de una cabezada de diez minutos y, debidamente pertrechados por una batería de estudios médicos que confirman los beneficios de esta pausa beatífica y milenaria, se han puesto a practicar la siesta en sus oficinas, o en unas tumbonas que algunas oficinas han instalado en Hyde Park para echarse ahí cuando el clima lo permita.…
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