1. El artista como remake
Tienen todos mucho en común. Y mucho en común con el artista mismo. Tienen todos mucho en común, en primer lugar, con cierto recuerdo borroso que se despereza en la memoria, resquicio de otro tiempo, de otros lugares; de una imagen que ha debido existir -no cabe duda-, pese a parecer imposible de fijar. De hecho, es un ejercicio de representación familiarísimo, aunque se escape insidioso en el momento mismo de estar a punto de situarlo en su lugar de procedencia de origen-, igual que esos recuerdos de la infancia que nos rozan apenas frente a un olor, un sabor, al ruido de los niños en la calle amplificado en la tarde de verano… y que después duelen, no por ser rememorados, sino por no poder acabar de ubicarlos, por lo que tienen de evocación y de difuso.
Y, sin embargo, a pesar de la dificultad para situar esas imágenes de los que tienen mucho en común y mucho en común con el artista, las series de fotomatón de Andy Warhol reenvían en su cotidianidad a aquello que Lacan llamaría una imagen ortopsíquica, siguiendo el término de Bachelard. O, dicho de otro modo, una imagen con algo de ejemplar, recuerda Harry Berger Jr. (Berger 1994, 94) -un retrato prototípico como se esperaría culturalmente-, aunque al tiempo subviertan cada consenso narrativo no sólo al suprimir -en teoría al menos- al “autor” como se conoce, sino al situar al retratado en el repentino papel de espectro: “no es el sujeto ni el objeto, sino un sujeto que siente que se está convirtiendo en objeto”, comenta Barthes en Camera Lucida según recuerda Berger.
La ausencia de un auténtico modelo es más flagrante incluso que la supuesta ausencia de “autor”
Así, la ausencia de un auténtico modelo es más flagrante incluso que la supuesta ausencia de “autor”. Si los papeles de objeto y sujeto son intercambiables ad infinitum; si en el juego perverso que Warhol establece con sus retratados éstos sienten que se están convirtiendo en objeto, pues no son sino el reflejo del propio “autor”, quien se mira en ellos hasta disolverse en ellos, quien decide ser ellos para no ser nada; la búsqueda de ese lugar de procedencia -de origen- para la imagen se hace tan ardua que termina por ser utópica.
De este modo, la noción de originalidad se tambalea. Si no hay autor indiscutible ni modelo evidente, ni genealogía clara, cada presupuesto aprendido sobre la “autenticidad” de una “obra de arte” debe ser revisado, reescrito.…
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