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La Apoteosis no ofrece low cost

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Elo Vega y Rogelio López Cuenca. Golden Visa, 2018. Cortesía de los artistas

Millones de personas son lanzadas, en todas latitudes, a una travesía desesperada e incierta. Miles de empresas “deslocalizadas” de una ciudad a otra, de un país a otro, con el fin de rebajar costes e impuestos. Son millones los que, en cualquier agencia de viajes, compran dos semanas para tumbarse al sol o la sombra de esas utopías masivas que el turismo promete. Millones los que huyen del monólogo del profesor en su tarima para pasarse a la conversación múltiple que proponen las redes. Y millones también los artilugios que, fotografiando sin parar, han llevado al paroxismo la era de la imagen…

Por trillones se cuentan los dólares virtuales que corren por el mundo sin correlato alguno con reserva de oro que valga ni producción de bienes físicos palpables que no nos remitan a otra cosa que esa desproporción de la riqueza construida por la usura y nunca antes alcanzada bajo las distintas derivas del liberalismo.

Mientras escribo este texto, me entero que catorce millones de niñas fueron obligadas a cambiar su estado civil (esto es, casarse por la fuerza) el año pasado.

¿Cuánta gente han elegido mutar a otro sexo, dispuesta a abandonar las determinaciones natales de su cuerpo y migrar a otra condición? Paul B. Preciado compara esta transformación con una forma de éxodo, aunque para ello no invoque la figura de una vida en otra parte (remota confirmación de Milan Kundera) sino la de un “apartamento en Urano”.

Tal vez esa condición trans nos defina a todos, más allá de haber cambiado o no de sexo o género; más allá de haber saltado de uno a otro.

Más que multis, somos trans. Transculturales antes que multiculturales, para empezar.

Desplazados. Deslocalizadas. Turistas. Precarios. Fugitivos. Desclasados…

Hoy se huye de Siria o del Líbano, del Caribe y Centroamérica, de África y Asia, de lo que va quedando del capitalismo y del comunismo. Del terrorismo y el hambre. De las cárceles macropolíticas de los totalitarismos y de las jaulas micropolíticas de los minoritarismos. De nuestros cuerpos, nuestra monotonía, nuestra miseria, nuestras malogradas causas.

Y hoy, estos y otros desplazamientos son protagonizados por antihéroes. Aunque no porque en ellos sea escasa la épica, sino por la inaprehensible masificación de sus gestas. Esa multiplicación de la otredad nos descubre, por otra parte, el límite disfuncional al que ha llegado la tensión entre capitalismo y muchedumbre.

La multiplicación de la otredad nos descubre el límite disfuncional al que ha llegado la tensión entre capitalismo y muchedumbre

Es tan desmesurado el calibre cuantitativo de tales eventos, que ya podemos advertir la implosión de viejas figuras como el disidente, el exiliado, el maldito, el héroe, el viajero o el intelectual.…

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