Cada cierto tiempo el mundo del arte descubre o recupera una obra desaparecida, ignorada, del arte clásico. La mayoría de las veces se trata de obras de juventud de artistas de renombre: unos dibujos de Goya, un boceto de un retrato de Rembrandt, papeles, algún lienzo, una pequeña tabla. Son como pequeños tesoros carcomidos por los peces del fondo abisal del tiempo, obras inacabadas, apuntes, que por sí mismos suelen tener escaso valor, pero… pero son piezas de un valor incalculable, récords en subastas, que despiertan el interés no ya de un público ansioso de sorpresas y de novedades (siempre que estas vengan del pasado), sino sobre todo de los especialistas, que descubren en ellas, en esos inicios, la mano, la mirada, los temas que desarrollaría ese artista en su madurez. Son indicios, las huellas que nos han de llevar al tesoro real, al museo. Son las obras que iniciaron el camino creativo de los grandes maestros de la historia, pequeñas óperas primas que no tuvieron mayor importancia en su momento, piezas de entrenamiento, de aprendizaje. Pero cada una de ellas guarda en su interior un soplo fresco de una juventud pasada temporalmente, pero eterna en la línea de un dibujo, en el sombreado del rostro, en la estructura interna. Son las primeras que hicieron esos genios de la historia del arte cuando solo eran apenas unos adolescentes. Nos inspiran admiración y nos informan de cuáles fueron sus intereses, de cómo empezaron a ser quienes luego reconoceremos. Todos ellos guardan en su superficie, junto con la línea y el color del dibujo, algo más: una suerte de magia, de algo que la mano y su aliento han dejado grabado en su superficie, la huella de la mirada del joven artista que no tenía conocimiento aún de lo grande que sería.
Hoy el tiempo va demasiado rápido y, si en el pasado un movimiento estético duraba varios siglos y se mezclaba con otros en sus inicios y en sus últimas bocanadas, hoy las tendencias, las corrientes, los “ismos”, son como las temporadas otoño y primavera de las firmas de moda; cambian de tal forma que el ayer se tiene que dejar atrás a toda velocidad para dejar espacio a un breve hoy.
Y no miramos atrás con una mirada abierta, más bien parece que huimos hacia adelante, hacia ningún lado.…
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