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Interior. Habitación. Desplazamiento en círculos

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Danny Lyon. USA. Louisville, Kentucky. Crossing the Ohio, 1966. Courtesy of the artist and Magnum Photos/Contacto.

“Vive en casa como un viajero” (Henry David Thoreau)

La carretera fue para mí en un tiempo una carretera imaginaria: la que representaba aquel cartel de cine que durante años tuve sujeto con unas chinchetas en la puerta de mi estudio y que acabé perdiendo en un traslado. Lo había adquirido en los cines Alphaville de Madrid tras asistir a la proyección de Carretera asfaltada en dos direcciones de Monte Hellman, director del que me deslumbraba su capacidad para los sobreentendidos, en una época en que el cine empezaba ya a poblarse de subrayados gruesos, no menos que su destreza para dejar fuera de campo algunas situaciones que yo, como espectador, tenía que recomponer.

Algunos de mis mayores se habían lanzado unos años antes a la carretera, poseídos por un espíritu similar de escapar a la caverna platónica al que habitó al poeta francés

Cada vez que contemplaba aquel auto enfilando una recta hacia un horizonte infinito habitado solo por la luz del atardecer, evocaba la atmósfera de ese film en el que unos cuantos vimos una película drive-in que parecía dirigida por un aplicado cineasta de la Nouvelle Vague (me sucedió un poco lo mismo con En el curso del tiempo de Wim Wenders, que vino también a percutir en algo que siempre he pensado, y no por esnobismo, aplicado tanto al cine como a la fotografía: que el blanco y negro es más realista que el color).

Fotografía de Walker Evans
Walker Evans. Traffic sign, 1973-74. Courtesy of Fundación Mapfre, Madrid, and The Metropolitan Museum of Art, New York.

En aquel espacio íntimo de mi casa, que podía habitar confortablemente, más aún cuando cerraba aquella puerta para ahondar en el aislamiento, yo experimentaba, en oposición a la promesa de infinitud del cartel, esa felicidad común por lo limitado que Barthes detectó en el singular Nautilus del capitán Nemo y que el semiólogo opuso a los versos de El barco ebrio de Rimbaud, auténtica exaltación de la liberación del yo de todo ámbito constreñidor, pese a haber tenido éste como inspiración precisamente la novela de Julio Verne Veinte mil leguas de viaje submarino.

Algunos de mis mayores se habían lanzado unos años antes a la carretera, poseídos por un espíritu similar de escapar a la caverna platónica al que habitó al poeta francés: en este caso, el que fuera destilado por Jack Kerouac en aquel famoso libro, On the road, que venía a proclamar que “el camino es vida”, pero que yo, que ya había sentido a esas alturas el desengaño de esa clase de referentes, experimentado en parte en carne propia, y que a ratos me dejaba poseer por cierto cinismo de salón, había cambiado por otros puntos de vista literarios sobre el viaje menos transformadores, como el de Henry Miller en Una pesadilla con aire acondicionado.…

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