Recibí la propuesta de escribir este texto cuando íbamos a enterrar a Wendy en El Último Parque. Un cementerio de animales es un Banco Mundial de Amor, como el de semillas de Svalbard, en el Ártico: si alguna vez la humanidad olvidara cómo se expresa lo mejor, debería pasear entre esas lápidas, caminar entre esos nichos pequeños donde han quedado grabados el cariño y la gratitud infinitos hacia esas vidas tan cortas que nos hicieron ser buenas personas. (“A mi querido perro, que ya no está, le regalo una sola palabra: gracias”, escribe simplemente el dibujante Jiro Taniguchi en la dedicatoria de su exquisita historia Tener un perro). Wendy iba envuelta en una mantita por la que asomaba una de sus orejas y llorábamos cuando mi hermana la depositó dentro de la tumba donde están los demás: Damiana, Brando, Roger, Montse, Pizca, Poca, Christian, Carlos, Juan González. Llevaba puesto el jersey rojo que la protegía del fresco, por la tos persistente de los últimos años. Wendy había cumplido unos dieciséis. Sus rescatadoras calcularon que tendría un año, quizá dos, cuando apareció en una rotonda al borde de una autopista. Una Cavalier King Charles sin raza, como si alguien hubiera borroneado a la perrita que Tiziano pintó con la Venus de Urbino o en el Retrato de Eleonora Gonzaga. Mejor: mestiza, plebeya, republicana.
El Tribunal Supremo de Noruega ha ratificado la prohibición de la cría de Cavalier King Charles por problemas graves de salud debidos a su consanguineidad: “Más de cien años de cría basada en la pureza, la apariencia y la endogamia de la raza han producido trastornos hereditarios, un alto grado de consanguineidad y una esperanza de vida cada vez más corta. Las enfermedades y sufrimientos que la cría inflige a nuestros perros son numerosos y completamente provocados por el hombre”, sentencian. Es un ejemplo. La cría de razas representa frivolidad, especulación, una forma de racismo y de clasismo que se considera menor simplemente porque la especie humana aún considera a perros y gatos como una especie inferior e infravalora las discriminaciones que sufren. La cría de razas comporta futuros problemas de salud a los cachorros. Antes, las madres habrán sido explotadas como máquinas de parir, involuntarias herramientas de un negocio sin escrúpulos. Muchas de esas madres viven en sótanos, garajes o naves industriales donde nunca ven la luz. Les cortan las cuerdas vocales para no alertar al vecindario.…
Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO
Suscríbete