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En contra de la economía naranja

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Fragmento de: Magali Lara. Tú a él sí (1.27b), de la serie No quiero hablar de eso, 2017. Cortesía de la artista.

Empiezo por curarme en salud: yo no soy economista, las estadísticas y los porcentajes se me cruzan en la cabeza, no consigo entender cómo funciona el sistema accionario y solo tengo una tarjeta de crédito que procuro no usar porque los intereses me dan desconfianza… Me curo en salud otra vez: detesto el cliché que asegura que las artes y la cultura están más allá de las dinámicas del mercado, de la economía y del dinero porque las cosas del espíritu no se mezclan con los centavos, porque sólo basta hurgar un poco en las raíces del mecenazgo o del patrocinio público y privado o echar un vistazo al “estira y afloje” de los presupuestos, los subsidios y las subvenciones para darse cuenta de que tal pretensión no se sostiene… Me curo en salud por tercera ocasión: he transitado desde el trabajo institucional hasta el independiente y cada fin de quincena me trueno los dedos mientras hago malabares para pagar las cuentas. Y si me he curado en salud tres veces es porque le voy a sacar la lengua a ese discurso que alegremente preconiza haber hallado el lugar de la cultura, y por extensión, de las artes, dentro del sistema económico.

Pareciera un despropósito, un argumento encaminado al fracaso y en apariencia ignorante de estudios académicos e investigaciones destinadas a conocer la incidencia del sector cultural en el Producto Interno Bruto (PIB); un esfuerzo contrario a aquellos que se han hecho por demostrar la relevancia de la inversión en la producción y difusión de las artes, de hacer palpable el peso de la cultura en términos de ingresos, empleo, diversificación de capital e inversión. No lo es. Al menos no en un contexto que considera a la creatividad y el conocimiento como activo económico; al menos no en el marco de tratados comerciales que negocian los términos bajo los cuales debe entenderse la relación entre autor, obra, propiedad, control y acceso; al menos no cuando se expropia las figuras laborales del campo artístico –caracterizadas por la flexibilización, la inestabilidad salarial y la falta de prestaciones mínimas— a la esfera general del trabajo. Al menos no, si se considera un planteamiento como el que propone la llamada economía naranja, el cual ha marcado la pauta de las políticas culturales en la última década en América Latina.

Illustration
Magali Lara. No supe cómo (1.5b), de la serie No quiero hablar de eso, 2017.

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