Si nos instalamos en una región muy solitaria, con un horizonte ilimitado, bajo un cielo completamente despejado, con árboles y plantas en un aire quieto, sin animales, sin hombres, sin corrientes de agua, en el más profundo silencio, tal entorno es como una llamada a la seriedad, a la contemplación desligada de todo querer y de su miseria: pero precisamente eso da a tal entorno solitario y quieto un toque de sublimidad. Pues, al no ofrecer ningún objeto, ni favorable ni desfavorable, a la voluntad necesitada de un continuo aspirar y alcanzar, solo queda el estado de pura contemplación; y quien no sea capaz de él quedará vergonzosamente denigrado y a merced del vacío de la voluntad desocupada, del tormento del aburrimiento. Él nos proporciona en este sentido la medida de nuestro propio valor intelectual, del que es un buen criterio el grado de nuestra capacidad para soportar o amar la soledad. El entorno descrito ofrece así un ejemplo de lo sublime en grado ínfimo, ya que con el estado de conocimiento puro, en su tranquilidad y moderación, se mezcla en contraste el recuerdo de la dependencia y miseria de la voluntad necesitada de una continua actividad. Esta es la especie de sublimidad que da fama a la vista de las infinitas praderas del interior de Norteamérica.
Si despojamos de plantas ese paraje y mostramos solamente desnudas rocas, la voluntad se angustia directamente debido a la total ausencia de seres orgánicos necesarios para nuestra subsistencia: la soledad adopta un terrible carácter; nuestro ánimo se vuelve cada vez más trágico: la elevación al conocimiento puro se produce con un decidido apartamiento del interés de la voluntad; y al permanecer en el estado del conocimiento puro, aparece el sentimiento de lo sublime.
El siguiente entorno lo puede ocasionar en mayor grado.…
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