post_type:texto_central
Array ( [0] => 97434 [1] => 97435 [2] => 97436 [3] => 97437 [4] => 97438 [5] => 97439 [6] => 97440 [7] => 97441 [8] => 97442 [9] => 97443 ) 1
size_articulos_ids: 10
Current ID: 97438
Current pos: 4
Articulo anterior: Martin Parr
Articulo siguiente: Aristeo Jiménez
prevID: 97437
nextID: 97439
anterior

El lugar donde no estaban mis padres

siguiente
Sabine Weiss. 14 juillet, Paris, 1954. Courtesy of the artist.

1. En su libro Una borrachera cósmica; una historia universal del placer de beber, Mark Forsyth aventura que el edificio más antiguo del que se tiene conocimiento era básicamente un bar. Se llamaba Göbekli Tepe, que suena un poco a Bodega Pepe, y se encontraba en el sudeste de Anatolia, en la actual Turquía. Era un edificio donde los cazadores-recolectores del 9.000 AC se reunían para venerar a sus dioses y beber la cebada (“cerveza epipaleolítica”) que fermentaba en alguna de las enormes cubas excavadas en la roca. En aquellos tiempos no existían los asentamientos de agricultores (los forrajeros eran una sociedad nómada), y el edificio no conserva vestigio alguno de haber estado habitado, y además la sed alcohólica precede casi todos los grandes avances de la humanidad. Primero estuvo la sed. Luego las ganas de salir de casa (o precario tipi de estiércol y ramas secas, en el caso de los forrajeros). Entonces a alguien se le ocurrió que estaría bien construir un edificio para reunir a la panda que quisiera evadirse de las cargas cotidianas mesolíticas (cazar, recolectar, ser diezmados por la meteorología y los grandes depredadores). En dicho edificio habría cerveza, porque (como bien explica Forsyth) el líquido de marras era fabulosamente fácil de fabricar: cogías cebada, la juntabas con agua, te ibas a lanzar unas cuantas flechas y, cuando regresabas, al cabo de varias lunas, aquel charco tibio con grumos de dudosa procedencia se había transformado en… Un charco tibio con grumos de dudosa procedencia, pero que emborrachaba. Hurra, digo Unga Unga.

Para disimular el patente objetivo de aquellos encuentros (perder la cordura amorrándote como un gorrino a la vieja cuba) alguien inventó la religión. Con el tiempo ese alguien, u otro piernas hirsuto y de frente estrecha, vio que no era necesario seguir disimulando, y así se crearon los bares, que eran esencialmente lo mismo que templos de culto pero prescindiendo de la engorrosa liturgia, las estatuas de alabastro yesoso y la moralina tabarrera. Desde entonces no hemos dejado de ir a ellos. Al menos yo.

Illustration
Greg Girard. Two Dragons Bar, from HK:PM Hong Kong NIghtlife 1974-1989 series, 1975. Courtesy of the artist and Monte Clark Gallery, Vancouver.

2. He olvidado la primera vez que fui a un bar por voluntad propia, sin que me acompañasen mis padres. Pero el motivo de mi visita debió ser, precisamente, dejar de estar con ellos durante un rato, cuanto más extenso mejor.…

Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO

Suscríbete