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El derecho a la pereza Capítulo I: Un dogma desastroso

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Roland Fischer. Steelworkers 1998 C-Print Diasec, 121 x 400 cm Cortesía CGAC, Centro Galego de Arte Contemporánea, Santiago de Compostela

Extracto del libro El derecho a la pereza (1880), de Paul Lafargue, en edición de Manuel Pérez Ledesma, publicado por Editorial Fundamentos (sexta edición), Madrid, 1998, pp. 117-120.

“Seamos perezosos en todo, excepto en amar y en beber, excepto en ser perezosos”

LESSING

Una extraña pasión invade a las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista; una pasión que en la sociedad moderna tiene por consecuencia las miserias individuales y sociales que desde hace dos siglos torturan a la triste Humanidad. Esa pasión es el amor al trabajo, el furibundo frenesí del trabajo, llevado hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo y su progenitura. En vez de reaccionar contra esta aberración mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacrosantificado el trabajo. Hombres ciegos y de limitada inteligencia han querido ser más sabios que su Dios; seres débiles y detestables, han pretendido rehabilitar lo que su Dios ha maldecido. Yo, que afirmo no ser cristiano, ni economista, ni moralista, hago apelación frente a su juicio al de su Dios, frente a las prescripciones de su moral religiosa, económica o librepensadora, a las espantosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista.

Illustration
Gaüeca. Nobody Knows I Am Working Class 2002 Cibachrome 115 x 80 cm Cortesía C. Cultural Montehermoso, Vitoria-Gasteiz, y Galería Espacio Mínimo, Madrid

Esa pasión es el amor al trabajo, el furibundo frenesí del trabajo, llevado hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo

En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda degeneración intelectual, de toda deformación orgánica. Compárense de pura sangre, servidos por toda una legión de bimanos en las caballerizas de un Rothschild , con los pesados y toscos normandos que tienen que arar la tierra, acarrear el abono o transportar la cosecha a los graneros. Contémplese el noble salvaje que los misioneros del comercio y de los comerciantes de la religión no han corrompido aún con sus doctrinas, la sífilis y el dogma del trabajo, y compáresele con nuestros míseros siervos de las máquinas .

Consideraba que la autoridad del patrono en la empresa, equivalente a la del padre en la familia, era imprescindible para el progreso social

Cuando en nuestra Europa civilizada se quiere encontrar un rastro de la belleza nativa del hombre, es preciso ir a buscarlo en las naciones donde los prejuicios económicos no han desarraigado aún el odio al trabajo.…

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