Cuando los hermanos Lumière proyectaron en París una de sus primeras imágenes en movimiento, la famosa toma de un tren que, cruzando diagonalmente la pantalla, entraba en la estación, el público en la sala se echó al suelo con terror, pensado que iba a ser atropellado. Es irrelevante que esta anécdota no se base en hechos reales y sea más bien una leyenda urbana, fomentada, como se ha dicho recientemente, por los mismos artífices del invento que buscaban publicidad. Lo que cuenta es que los Lumière (o Edison antes que ellos) habían inventado una poderosa máquina de convencer. El discurso dominante del cine, por su tendencia al realismo, oculta los propios mecanismos de su construcción y crea una ilusión de verdad. Tiene la capacidad de reproducir de forma peligrosamente invisible —y naturalizar— tópicos, estereotipos, modas y comportamientos. Más que fabricar sueños, la industria cinematográfica perpetúa los valores sociales y culturales dominantes, y fomenta ideologías. En este contexto, dentro de sistemas hetero-patriarcales, el cine es un vehículo poderoso de difusión y naturalización de discursos misóginos, heteronormativos, androcéntricos y etaristas tan arraigados en los imaginarios sociales como para llegar a reproducirse a veces de forma inadvertida e inconsciente, prescindiendo de las intenciones de quien se encuentra detrás de la cámara. Pero, a la vez, puede ser también un eficaz instrumento de resistencia a dichos discursos.
Más que fabricar sueños, la industria cinematográfica perpetúa los valores sociales y culturales dominantes, y fomenta ideologías
No tiene que asombrar que, por esta razón, la censura haya ido acompañando al cine desde sus comienzos. La película de Thomas Edison, The Kiss (1896), el primer beso en el cine, escandalizó al mundo y se tachó de amenaza a la moralidad. Ya por el año 1907 se promulgó en Chicago la primera ley de censura de los Estados Unidos, y en 1915 la Corte Suprema dictó que las películas no tenían la protección de la First Amendment. El potencial de la imagen no pasó desapercibido a los regímenes totalitarios, que limitaron enseguida el poder de la representación por medio de estrictos organismos de control, y a la vez lo utilizaron para su propaganda: por ejemplo, Mussolini fundó la legendaria Cinecittà, Hitler apoyó la producción de más de mil películas durante su dictadura, y Francisco Franco se estrenó como guionista bajo el pseudónimo de Jaime de Andrade. El cine se convirtió pronto en un arma para promover, entre otros planteamientos ideológicos fascistas, sus políticas de género; se utilizó para acuñar modelos femeninos de abnegación y pureza, vinculados a la familia, a la casa, y a la iglesia —las 3 “k” de la mujer nazi: Kinder (niño), Küche (cocina) y Kirche (iglesia)—, y para forjar objetivos pronatalistas (las mujeres como reproductoras de la nación).…
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