post_type:texto_central
Array ( [0] => 99369 [1] => 99370 [2] => 99371 [3] => 99372 [4] => 99373 [5] => 99374 [6] => 99375 [7] => 99376 [8] => 99377 [9] => 99378 [10] => 99379 [11] => 99380 ) 1
size_articulos_ids: 12
Current ID: 99373
Current pos: 4
Articulo anterior: Cuando callas…
Articulo siguiente: Recorrido breve por las gramáticas de la violencia sexual… y un principio de respuesta
prevID: 99372
nextID: 99374
anterior

Desde el marcador mujer

siguiente
Priscilla Monge. De la serie El artista nos revela verdades místicas. Beauty. 2007. Col. privada Colombia

I.

Tengo 17 años. Logré salir del pueblo de Tepoztlán, donde crecí, y estoy estudiando pintura en Barcelona, España. Encargada por mi padre con un reconocido pintor y diseñador que pasa la mitad del año allá —mi entrañable y querido mentor durante mi breve paso por la pintura—, voy con él a sesiones de crítica de nuestra producción con otro pintor mexicano. Un día quedamos de vernos en el estudio del otro pintor y mi mentor avisa que no logrará llegar. Recuerdo la primera botella de vino y el resto de la noche siempre ha sido borrosa. Al despertar, la mañana siguiente, estoy tan cruda que me toma un rato entender por qué estoy desnuda en una cama que no reconozco. Lo que realmente me descoloca, y que al día de hoy no logro entender, es por qué tengo el pelo tan incomprensiblemente enredado, tan repleto de cientos de nudos que me tomará días deshacer. Tengo 17 años y calculo que este hombre habrá tenido entre 35 y 40. No puedo siquiera nombrar lo que sé que sucedió y lo que siento mientras tomo el metro camino a mi casa o, más tarde, cuando una amiga me acompaña a hacerme la batería de pruebas para detectar enfermedades de transmisión sexual. Años más tarde, los feminismos me ayudan a decirlo: eso se llama violación.

II.

Ahora tengo 21 años y un célebre artista conceptual mexicano, un hombre bastante mayor que yo, me explica por teléfono los múltiples motivos por los cuales debo declinar la oferta que desde el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) me hacen para dirigir Ex Teresa Arte Alternativo, proyecto que cofundé y al que le he entregado mi cerebro, energía y entusiasmo enteros durante casi dos años. Quien hasta ahora había dirigido el espacio —autor de la idea de transformar el ex-Templo de Santa Teresa la Antigua en un sitio dedicado al performance, una monumental empresa que otras personas, principalmente mujeres, después hicimos realidad— acaba de ser inhabilitado porque una obra presuntamente se perdió bajo su resguardo como curador del Museo de Arte Moderno, algunos años atrás. El hombre al teléfono me habla desde una autoridad y una condescendencia rotundas, y claramente piensa que sus palabras son lo único necesario para convencerme. Antes de terminar la llamada, le agradezco haber aclarado las muchas dudas que tenía, principalmente en torno a mis propias capacidades para estar al frente de la institución mencionada.…

Este artículo es para suscriptores de ARCHIVO

Suscríbete