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Descubriendo el pasado

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John Beasley Greene. Gyza Sphinx, 1854.

Posiblemente el siglo XX, en su mitad, ha sido la época de mayores descubrimientos. Pero han tenido menos glamour, o tal vez menos literatura que los descubrimientos anteriores. Seguramente esto se puede deber en parte a la unión de la figura del aventurero, el explorador, con la del científico, el paleontólogo, el arqueólogo, personajes que en muchas ocasiones eran solamente una persona. Un hombre o una mujer que unían al aventurero en su espíritu, al explorador en su técnica y al artista en su método. También, es cierto, que el siglo XX ha estado excesivamente lleno de descubrimientos científicos, y de guerras mundiales, de colonialismo y de desastres. Un siglo encaramado al desarrollo que solo miraba hacia el pasado en los ratos libres, o cuando algún hijo de la gran burguesía realizaba un descubrimiento inesperado, casi siempre polémico. Un siglo excesivamente interesado en ocultar sus huellas, sus orígenes.

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John Beasley Greene. The Colossus of Memnon at Thebes, 1854.
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John Beasley Greene. Gyza Sphinx, 1854.

La idea de aventura quedaba, ya entonces, como algo del pasado. En el siglo XIX esas aventuras se planteaban lejos de esa perspectiva de negocios, de inversiones en unas búsquedas que solían acabar en desastres sin fin. El aventurero solitario, ese explorador que surcaba las estepas africanas por su cuenta y riesgo, pagándolo todo con su fortuna propia, en busca de un nuevo y desconocido paisaje, con la intención de abrazar el mundo y a sus habitantes, de poseerlos de alguna manera, con un claro deje romántico, ya era una figura que empezaba a ser anacrónica en el imperio de la máquina, el humo, el desarrollo y el progreso. Pero la llamada de la aventura se alía con la fotografía en ese siglo que hoy parece tan lejano, un siglo XIX en el que se juntaron un nuevo invento, la fotografía, con el viejo deseo de conocer y documentar el mundo, el pasado, de rescatar la memoria. No olvidemos que el siglo XIX sería el del renacer de los cuentos de hadas en la literatura.

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John Beasley Greene. Study of date palms, 1854.

La curiosidad, todas esas lecturas que alimentan los sueños infantiles. Julio Verne, Emilio Salgari, Marco Polo… Los nombres, la magia de los nombres, de la jungla, de los mares, de las selvas, de las montañas que tocan el cielo, del centro de la tierra… la literatura, la curiosidad y la ciencia, la necesidad de conocimiento, generarían una nueva raza de exploradores y aventureros.…

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