Para establecer las bases de su artículo clásico, “Sobre las ruinas del museo”, Douglas Crimp recuperaba una cita de Michel Foucault en la que se comparaba a Édouard Manet con Gustave Flaubert, a la Olympia (1863) y El almuerzo sobre la hierba (1863) con La tentación de San Antonio (1849, 1856 y 1872), un raro texto, con forma de obra de teatro, de ese escritor que aspiraba a algo tan difícil como es escribir “un libro sobre nada”, escribir por escribir, escribir escritura, y que era tan perfeccionista que podía demorarse días en redactar una frase como tardó décadas en dar por definitiva una versión de este diálogo –“el libro de su vida”– que se inspiró en los espectáculos de marionetas de su infancia en Ruan y en el cuadro del mismo tema de Brueghel, el viejo, que vio en Ginebra cuando acompañaba a su hermana durante la luna de miel. Según Foucault, lo que unía a Manet y Flaubert era que fueron los primeros que trabajaron de una forma autoconsciente con lo que algunos han dado en llamar la tradición, la que se guardaba en el museo y la biblioteca, “con otras obras y textos anteriores –o, mejor dicho, con aquel aspecto de la pintura o de la escritura que permanece indefinidamente abierto–“.
Aunque podría afirmarse que hubo intentos anteriores y que otros ya lo habían hecho –en el caso de la pintura, copiar es la forma tradicional de aprendizaje y esto favorece el uso de la cita inconsciente y por qué no también de la (auto-)consciente–, Manet y Flaubert lo hicieron de un modo distinto, eran demasiado obvios en sus referencias, las fuentes estaban en exceso claras, no había disimulo. En Manet podía reconocerse a la Venus de Giorgione detrás de la Olympia o el Concierto campestre, también del veneciano, en El almuerzo, donde se escondía a su vez un fragmento de un fresco perdido de Rafael sobre el juicio de Paris que se conserva gracias a un grabado de Marcantonio Raimondi. En el diálogo de Flaubert, se ocultaban, entre otras muchas, no sólo la menciones al Antiguo y al Nuevo Testamento, la patrística –San Agustín, sobre todo–, las hagiografías –San Atanasio y Jacobo de la Vorágine, como ejemplos claros– y la filosofía de Baruch Spinoza y Descartes, sino que además funcionaba como un resumen de la erudición de la época a través de los textos de algunos nombres que no resultan tan familiares hoy, como los del abate Migne o Berger de Xivrey, pero que en ese momento eran muy leídos.…
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