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Naturaleza muerta

Quizás hayan visto, en el Salón de este año, un pequeño cuadro, aproximadamente del tamaño de una hoja, que representaba simplemente una lata de sardinas en la esquina de una mesa. No es una lata llena de sardinas, sino una lata vacía en la que queda un resto de aceite. Una pobre lata que pronto será condenada a la basura.

Pese al escaso interés del tema, en cuanto vemos este cuadrito no podemos quedar indiferentes. Su ejecución es tan perfecta que uno se siente clavado a esa contemplación con la risa de un niño delante de un maravilloso juguete. El zinc, con su resplandor graso, el fondo aceitoso de la lata reflejando untuosamente la tapa dentada. ¡Así es!

Los curiosos que consultan el catálogo averiguan que el autor de esta extraña maravilla es M. Van der Houlen, nacido en Haarlem y que recibió una mención honorífica en 1831. ¡Una mención honorífica en 1831! M. Van der Houlen no es precisamente un jovencito. Muy intrigado, quise conocer a este curioso pintor y ayer sin más tardar fui a su casa.

Allí, en el quinto pino, detrás de la colina de Montmartre, en un gran hangar donde guardan coches muy antiguos y cuyo desván ocupa el artista. Un amplio desván inundado de luz, lleno de telas terminadas. En un rincón, una especie de pequeño dormitorio. Todo de una limpieza irreprochable.

Todos los cuadros, sin excepción, representan naturalezas muertas, pero de una ejecución tan perfecta que, en comparación, los Vollon, los Bail y los Desgoffe no son más que chavales.

El padre Houlen, como le llaman sus vecinos, estaba limpiando de forma minuciosa. Es un viejo pequeño, con una gran levita, negra en su momento, pero actualmente más bien verde. Sobre sus cabellos de plata, una gran gorra holandesa.

Desde las primeras palabras, me sumergí en un profundo estupor. Imposible imaginar más inocencia, más candor e, incluso, ignorancia. No sabe nada de lo que afecta al arte y los artistas. Como le pregunto alguna información sobre su forma de trabajar, él abre sus grandes ojos y, en la imposibilidad de formular sea lo que fuere, me dice:

Míreme hacer

Una vez limpias sus gruesas gafas, se sienta delante de una tela ya empezada y se pone a pintar. ¡Pintar! Me pregunto si se puede llamar a eso pintar. Se trata de representar un collar de perlas enrollado en torno a un arenque ahumado.…

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