Durante los últimos 20 años de mi experiencia vital, dos cosas nunca han dejado de estar ante mis ojos: una cámara fotográfica y los rostros de hombres y mujeres que viven en medio del conflicto armado que sacude a Colombia hace ya más de cuatro décadas. Ese recorrido me ha permitido estar, como testigo de excepción, en cientos de lugares y momentos en los que la guerra deja su huella. Poblados humeantes y abandonados; comunidades enteras condenadas a dejar atrás sus casas, sus sembrados y sus animales; campesinos mutilados por las minas antipersonales; familias que preguntan por sus parientes secuestrados y desaparecidos; otras que lloran a sus muertos acompañados por la multitud, o lo hacen rodeadas sólo por el monte y la selva; cientos de niños que no entienden lo que ocurre y que marchan aferrados a cerdos, perros y gallinas, defendiendo el último recuerdo de las parcelas y los hogares que abandonan, muchas veces para siempre.
Líderes comunitarios o indígenas, sindicalistas y maestros reseñados por las autoridades como «subversivos y terroristas», exhibidos con grilletes y afán de resultados ante la prensa y puestos en libertad por la justicia meses más tarde, pero condenados al señalamiento, a la muerte o al exilio.
Estas imágenes de los silenciados se han convertido en un grito contra el olvido y la barbarie
Ese contacto con tantas personas golpeadas por las acciones militares de la guerra interna, esa cercanía con una desgracia que se ahoga en la indiferencia y la lejanía de las ciudades despertó en mí, muy temprano, la inquietud y la necesidad de registrar cada episodio de aquel dolor, para sumarlo a un documento más panorámico e integral sobre la historia reciente del conflicto armado colombiano. No dejaba de pensar que esas imágenes, hechas en medio de la tensión y la urgencia con que un fotoperiodista llega a cada escenario de guerra, podrían, al pasar el tiempo, verse con más calma y respeto, así como con el interés de incorporarlas a una historia con mayor reflexión y desde la memoria de las víctimas. Ese documento, decía yo, sería una manera de luchar contra la desmemoria que cubría a los muertos, los desplazados, las viudas, los huérfanos y aquellos territorios arrebatados por la guerra y sus instigadores, y debía ser desde el periodismo, mi trabajo contra el olvido.
Las imágenes que he tomado durante años, que no se me borran de la memoria, se han convertido en un reconocimiento a quienes sufren, tantas veces impotentes y silenciados, los desmanes de este largo conflicto.…
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