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Aprendizajes

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Priscilla Monge. De la serie Pensum. No debo dormir con críticos de Arte. 1999-2004. Col privada NY

1969, Barcelona. Calle Alfonso XII. Tengo once años. Estoy andando tranquilamente en dirección a la casa de unos amigos de mis padres: una vez por semana, una profesora particular nos da clase de francés a las hijas de esos señores y a mí. Son las ocho de una tarde de invierno. La calle es estrecha y tranquila. Yo voy como siempre distraída, pensando en las musarañas… De pronto, un golpe, un peso, un aliento en mi cuello, ¿qué pasa?, me han lanzado contra un coche aparcado, estoy acorralada, un cuerpo gordo y sudoroso me está aplastando, unas manos ansiosas me recorren, se me meten debajo de la falda, una voz ronca de chico susurra no sé qué de una salchicha caliente, me debato, intento huir, lloro de miedo, no consigo gritar, se oyen pasos, alguien se acerca, el chico gordo, con las solapas del abrigo levantadas, huye corriendo… Llego a casa de los amigos de mis padres hecha un mar de lágrimas. Cuando les cuento lo ocurrido, al llegar a “salchicha caliente”, frase para mí absurda y misteriosa, intercambian miradas. En adelante, a clase de francés me tendrá que acompañar algún adulto. Como no siempre hay adultos disponibles, dejo las clases de francés.

Aprendo que es peligroso para una mujer ir de noche por lugares poco frecuentados.

1978, Barcelona. Casa de mis padres. “¡Cuidado!” Un chispazo ha saltado de la plancha; mi madre la deja rápidamente en la tabla, mientras da un paso atrás. Yo estoy sentada a la mesa, estudiando. Tengo el enchufe al lado. “¿La desenchufo?”, pregunto. “No, no, no toques, no hagas nada, ve a llamar a tu hermano”. Mi hermano tiene cuatro años menos que yo y sabe de electricidad y planchas lo mismo que yo: nada.

Aprendo que hay conocimientos que se le suponen a unas personas u otras según lo que tengan entre las piernas.

1979, Guarda (Portugal). Tras dos semanas de vacaciones con mi amiga portuguesa en Coimbra y Oporto, ella decide volver a su casa en Lisboa. Yo me digo a mí misma que no tengo prisa por regresar a Barcelona, de modo que voy a visitar algunas ciudades que hay por el camino: Guarda, Salamanca, Ávila… En el tren conozco a un señor muy amable, que vive en Guarda y se ofrece a ayudarme si necesito algo. Duermo en un hostal y al día siguiente me dirijo, guía en mano, a la famosa catedral de Guarda.…

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