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Algo supuestamente aburrido que nunca dejaré de hacer

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José María Díaz-Maroto. Escocia III, 1993. Gelatina bromuro de plata, 40 x 50 cm. Cortesía del artista

Basta con mirarnos de reojo para saber que estamos hechos para andar y explorar cuanto nos rodea. La posición vertical, la cabeza mirando hacia adelante, los intrincados medios de locomoción, la forma de las extremidades y el procesador de última generación que tenemos por cerebro, siempre atareado con el festín de información que nos deparan los radares de los cinco sentidos, son pistas suficientes para confirmar que el desplazamiento por mera curiosidad es un rasgo característico de ese “mono desnudo” que somos usted y yo.

El zoólogo Desmond Morris lo llamó comportamiento exploratorio, una regla básica para la supervivencia de la especie, común a todos los mamíferos, que nos obliga a conocer el entorno hasta que nos resulta familiar, la costumbre da paso al tedio y un buen día, nos despertamos soñando con otras rutas.

Si para nuestros antepasados de la cadena evolutiva el impulso explorador era una forma de responder a las necesidades básicas de alimento, refugio, aseo, defensa o apareamiento, en el hombre, a diferencia de las otras especies vivientes de simios y monos, este comportamiento se liberó del propósito utilitario, sin miras a satisfacer necesidad alguna, como no fuese la propia curiosidad, el wanderlust de los ingleses o la pata de perro de los mexicanos. El viaje nacido de la urgencia de explorar, del afán de conocer, es aquel que se distingue por la percepción atenta, el arte de descifrar signos y un terco empeño en creer que se crece a fuerza de encontrar sentido.

En tiempos pasados, viajar era visto como algo más que una excusa para divertirnos, descansar y beber piña colada. Al contrario, en la época del Grand Tour era un aspecto vital de la formación de todo pensamiento ilustrado, tan importante como el arte y la ciencia, la política y la fe, los idiomas y el manejo de la espada. El viaje ha iluminado las vidas y las perspectivas en la historia de las grandes civilizaciones que vivieron a caballo entre el fervor de la partida y la urgencia del arraigo.

La historia, que siempre nos ve más tontos de lo que somos, tiene su propia versión de los acontecimientos cuando considera que el viaje no se convirtió en un acto de placer hasta el siglo XIV, con la travesía de Ibn Batuta.…

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