Vuelvo a leer a Thoreau como se vuelve a los principios esenciales. Como cuando vuelves a la casa donde creciste, a tus primeros pasos. Esta vez la excusa es que ha llegado a mis manos un libro escrito ya hace años pero que no había leído, ni conocía: una “biografía esencial” escrita por Antonio Casado da Rocha. Creo que de Thoreau he leído prácticamente todo —y varias veces, en español y en inglés— a lo largo de los años, pero este texto “esencial” se ha convertido en el hilo que cose todas las lecturas en torno al hombre, al escritor, a una persona tan lejos en el tiempo de todos nosotros que parece inexplicable que sea tan certero, tan incomprensiblemente actual. Su lectura, hoy como ayer, como siempre, es recomendable no solo para los jóvenes, sino para todos aquellos que hacen del dinero, del oro, del éxito, de la rutina, del culto del ocio, la razón de su vida. Los banqueros, los que invierten en criptomonedas, todos aquellos que piensan en un futuro de lujo, en comprar y consumir. Para todos ellos debería ser obligatoria, aunque seguramente no tienen tiempo ni paciencia, nunca se han fijado en la belleza de una nube ni en la música de un río en medio del campo, lejos de la ciudad y los pueblos.
Thoreau fue uno de los padres fundadores de la literatura norteamericana, posiblemente el primer ecologista y el primero en hablar, escribir y practicar la desobediencia civil
Acompañando la lectura de la biografía esencial de Thoreau he vuelto a leer Caminar, en una sencilla y muy adecuada, preciosa, edición de la editorial Impronta de México (solo 770 ejemplares en risografía). Un texto que para mí está a la altura de Walden y que es uno de mis pocos libros de cabecera, esos que abres de vez en cuando por cualquier página, lees un párrafo y lo cierras sonriendo, que siempre te reciben con el cariño y la brillantez de los mejores amigos. Con la seguridad de que siempre lo tendrás cerca. Una auténtica joya, de las que son pequeñas, sutiles y elegantes.
“Hoy en día todas las llamadas mejoras del hombre, como la construcción de casas y la tala de bosques y de todos los árboles grandes, tan solo deforman el paisaje y lo vuelven cada vez más manso y vulgar”
Caminar
Henry David Thoreau (1817-1862) nació y murió en Concord (Massachusetts, Estados Unidos), solo vivió 45 años, apenas realizó algún viaje a Harvard para estudiar, y a Nueva York por trabajo, pero recorrió miles de millas por los bosques y los prados, recorrió ríos en barcas guiadas por él mismo, y construyó con sus propias manos su casa junto al lago Walden. De todo eso escribió.
No fue rico y nunca ganó mucho dinero, al contrario, murió con la sola economía que daban la publicación de sus conferencias. Vio morir muy joven a su hermana y a su hermano y solo se enamoró una vez, muy joven aún, de alguien que le rechazó. Nunca más se volvió a enamorar y, poco antes de morir, confesó que seguía amándola. Fue un poeta y un filósofo, amante de Platón y Heródoto, a los que leyó hasta el final de su vida. Thoreau tuvo muchos trabajos (fabricante de lápices, agrimensor, profesor particular…), pero sobre todas las cosas era un escritor, y un gran conservador, cercano a los peripatéticos por su necesidad de estar siempre en movimiento. También fue uno de los padres fundadores de la literatura norteamericana, posiblemente el primer ecologista y el primero en hablar, escribir y practicar la desobediencia civil. Amigo y discípulo de Ralph Waldo Emerson, no era, como él, un hombre de ideas, sino un hombre de acción.
Me parece especialmente interesante esa necesidad de caminar para pensar, para divagar, para escribir mentalmente lo que después pondría en el papel
Su figura, conocer su vida al detalle, y su lectura detenida y en calma, nos presentan a un hombre que piensa y actúa, al que solo le interesan las pequeñas cosas; y así es como estructura su obra: de pequeñas cosas hace algo extraordinario. La naturaleza, la soledad, la observación, la vida esencial. Ese es su tema y su vida es coherente con ese interés. Sus caminatas por el bosque cercano a Concord, por el río, son el punto de partida de sus derivas conceptuales; todo está en la naturaleza y caminar es la medida del mundo y del hombre, nada tiene el mismo interés fuera de esto. Por supuesto, era un hombre informado, de su tiempo, abolicionista y con ideas propias y radicales avanzadas a su tiempo. En contra del Estado y de las creencias religiosas, de los impuestos, de las burocracias de todo tipo, por supuesto en contra de participar en las guerras, su actitud le llevaría a la cárcel y a ser multado repetidas veces (multas que, casi siempre, pagaban sus amigos).
Me parece especialmente interesante esa necesidad de caminar para pensar, para divagar, para escribir mentalmente lo que después pondría en el papel. La conversación con un compañero de caminata (su hermano John, y otros colegas y amigos) modelaba sus ideas, pensamiento y acción. Caminar, y la prueba que él mismo se pone, cambia su vida ya para siempre: vivir en soledad en una casa construida por él mismo con madera de árboles cortados por él y con tablas y clavos comprados de segunda mano, ya usados, comer de lo que consigue en el saque y en el río. Sin nada más, sin nadie más. Escribiría dos libros en esos meses que vive en soledad en el bosque.
“Pero el caminar del que yo hablo no está relacionado con el ejercicio, como se le suele llamar, como cuando los enfermos toman su medicina a horas indicadas —como el balancear pesas o sillas—, sino que es en sí mismo la empresa y la aventura del día (…). Además, debes andar como un camello, del que se dice es la única bestia que rumia mientras anda. Cuando un viajero pidió a la sirvienta de Wordsworth que le mostrase el estudio de su patrón, ella le contesto “aquí esta su biblioteca, pero su estudio está al aire libre”.
Caminar
Leer a Thoreau, más aún después de leer su biografía, es reencontrarse con todo lo posterior a él, con tantos autores que te recuerdan su actitud, sus ideas; es repensar tantas cosas que hoy parece que son motivos de movilización social y que él ya apuntó, pero de manera individual, personal, esencial. Cuando estaba agonizando, ya cerca de sus últimos minutos, su madre le preguntó si ya había hecho las paces con Dios y él contestó “que no tenía constancia de que Dios y él hubieran reñido”. Uno le preguntó cómo estaba su relación con Cristo. “Me importa más cualquier tormenta de nieve que Jesucristo, respondió (…)”. (Thoreau. Una biografía esencial). ¿Cómo no recordar a Albert Camus cuando en El extranjero le preguntan a su protagonista por su temor de Dios y él responde que le preocupa más saber nadar?
Thoreau se volcó en el exterior, pero en el único mundo exterior que él comprendía, que admiraba y que le enriqueció, el mundo de la naturaleza, donde supo apreciar la belleza infinita de las formas, apreciar el silencio y la luz, la vida, en definitiva, pero el bosque no como un escenario sino como la esencia de todo: “¿Qué asunto tengo en el bosque, si estoy pensando en algo fuera del bosque?” Su caminar no es hacer ejercicio, ni viajar; no tenía sentido ni lo uno ni lo otro para él.
El mundo infinito y completo estaba detrás de su casa de Concord. Leer a Thoreau vuelve a ser imprescindible en un momento en el que destruimos bosques y ríos con nuestra avaricia y nuestro consumo; vuelve a ser necesario cuando las ideologías anulan al individuo, lo embrutecen, cuando ya hemos olvidado lo que es andar sin prisas, por el simple placer de andar y no de ir a ningún sitio, sabiendo que la mitad del camino es el regreso a casa. Hoy ya no es fácil llegar al bosque, pero tal vez el ser humano ha desarrollado la habilidad de caminar por la ciudad, ese otro bosque falto de la belleza absoluta pero en el que aún podemos asombrarnos del reflejo de la lluvia, de la fuerza de la naturaleza cuando crece la vida entre el cemento. Tal vez podamos aspirar, todavía, a ser como el camello que rumia mientras camina, tal vez podamos recuperar la capacidad de pensar y disfrutar con nuestros pensamientos, darle forma a nuestras sensaciones, mientras caminamos simplemente por cualquier bosque real o soñado.
“Quisiera decir unas palabras a favor de la Naturaleza, de la libertad absoluta y lo salvaje, en contraposición a una libertad y a una cultura meramente civiles —considerar al hombre como un habitante, como una parte o parcela de la Naturaleza, más que como un miembro de la sociedad—. Quisiera hacer una decoración extrema, si se me permite el énfasis, porque ya hay suficientes defensores de la civilización: el ministro y el comité de escuela y cada uno de ustedes se encargará de eso”.
Este texto pertenece a “Textos compartidos”, una colaboración con el Sillón de Voltaire de EXIT La Librería (México). Texto publicado originalmente en su web el 4 de junio de 2024. Link a texto original: Todas las cosas buenas son libres y salvajes – El sillon de Voltaire (exitlalibreria.com)