Raza, género y moral. Lo limpio y lo sucio en el arte contemporáneo
Pedro A. Cruz Sánchez
Abada Editores, 2023
En la más pura lógica, un ensayo, entendido como un escrito en prosa (aunque también existe un cierto tipo de poesía ensayística), es un manifiesto en el cual un autor desarrolla ideas concretas y orgullosamente subjetivas (toda pasión lo es) sobre un tema o argumento intelectual concreto. Esa misma subjetividad (o respetuosa ecuanimidad con uno mismo) es lo que permite que el lector que decide acercarse a ese ensayo tenga la posibilidad de “interpretar” lo leído desde sus propias coordenadas no menos subjetivas, y desde luego no menos pasionales, incluso considerando la posibilidad de una “pasión equivocada” en la recepción que se haga del libro.
Un ensayo como el que estamos comentando “exige”, de alguna manera, posicionarse en los parámetros que hemos comentado en el primer párrafo, pues es el propio autor el que a ello te invita, máxime cuando las ideas y ejemplos artísticos expuestos ya parten por sí mismos de una violencia (en su consideración creativa y simbólica) que lo es por igual tanto formal como conceptualmente. Me atrevería a decir que incluso en el título (quizá en exceso abarcador), Raza, género y moral. Lo limpio y lo sucio en el arte contemporáneo, Pedro A. Cruz Sánchez ya inclina la balanza hacia una posición de máximos. Un ensayo, por lo demás y antes de aclarar los argumentos de mi propia lectura, diré que me ha parecido como un raro e intenso (y brillante) prólogo, aunque su publicación sea posterior, del anterior ensayo de este autor; me refiero al necesario, imprescindible y enciclopédico Arte y Perfomance. Una historia desde las Vanguardias hasta la actualidad, publicado por Akal en el 2021.
“Lo sucio ya no opera solo como una categoría sanitaria, sino que se codifica como una representación de la diferencia”
En la impresionante bibliografía (y de alguna manera “exhaustiva”, aun sabiendo que ninguna puede aspirar a esa condición) que su autor ha manejado para la escritura del ensayo (con referencias anglosajonas en un 80%), me ha llamado la atención no ver el ensayo Noli me tangere de Jean-Luc Nancy, cuando es un libro muy cercano a un cierto “espíritu” que está muy presente en Raza, género, moral… Si bien el filósofo francés no es “contemporáneo” en los ejemplos pictóricos que menciona, ambos autores comparten un común proceso constituyente de sus respectivos ensayos, especialmente en sus análisis de la figura del Otro como uno mismo, y del cuerpo como territorio moral desde donde ejercer una cierta idea de la representación, sea esta piadosa (Nancy) o violenta (Pedro A. Cruz Sánchez). En palabras de este último: “Los límites de la mancha moral se transgreden para, a continuación, ser arrastrados a la interioridad de lo cotidiano”.
Es posible que se pueda calificar a Raza, género, moral… como un Noli me tangere “otro”, no tanto a la inversa de su misma significación (que sin duda también), pero especialmente como una forma de “dialéctica negativa” en torno al dictum bíblico del No me toques, pues los ejemplos y hechos artísticos mencionados en el libro así lo demuestran. Ejemplos, se debe decir, que están muy bien seleccionados en cuanto a la argumentación intelectual del ensayo, incluso con referencias artísticas para mí desconocidas: creadores como Benjamin Patterson, Mierle Laderman Ukeles, Betsy Damon, James Croak o el colectivo japonés Hi-Red Center (me ha llamado mucho la atención que, disertando sobre “lo limpio y lo sucio”, no aparezca el nombre del artista español Javier Nebreda, que por lo demás nadie sabe si sigue vivo o ya está muerto). Y con ello quiero decir que el autor no se ha limitado a realidades artísticas muy conocidas, o “de manual”, sin por ello dejar de lado aquellas referencias que pueden ser perfectamente calificadas de populares, como pudiera ser el caso de la “vida y milagros de Jeff Koons”. En mi opinión, los comentarios y análisis utilizados con los artistas menos conocidos son mucho más sugerentes, e intelectualmente más ricos, que los aplicados en aquellos otros más favorecidos por la fama y los media.
Uno de los más brillantes aciertos, en mi opinión, de este ensayo es la arriesgada categorización estética de “lo limpio” y “lo sucio” como elementos generadores —un poco a la manera de “agent provocateur”— de discursos (críticos, sociales, morales, éticos; también filosóficos, por supuesto) que van más allá de la simple o compleja descripción formal de lo narrado, para situar la novedad de esas categorías estéticas en un plano de igualdad, junto a otras jerarquías o situaciones más representativas o comúnmente aceptadas, así “lo siniestro”, “lo abyecto”, o “lo feo”. Podemos afirmar entonces que, en Raza, género, moral…, está presente el interés por expandir el concepto de “categoría estética” hacia nuevas realidades creativas con nuevos rangos de análisis teóricos.
Al hilo de este apunte, resulta interesante recordar una frase que le gustaba repetir al filósofo húngaro Georg Lukács (originalmente el enunciado pertenecía al sociólogo alemán Georg Simmel): “Hay demasiadas pocas categorías, de la misma manera que hay demasiados pocos sexos”. Bien mirado, y pensando que Simmel vivió entre 1858 y 1918, la expresión posee una admirable audacia conceptual y semántica, que es lo que la hace plenamente contemporánea en tiempos como los actuales, cuando el interés y la preocupación por el género, biológico o adquirido, así como la identidad, adquieren registros de obsesión cuando no de pura y simple neurosis. Siguiendo con la misma tonalidad (en su sentido musical) que hemos expuesto en este párrafo resulta muy explicativa la siguiente afirmación del autor: “Lo sucio ya no opera solo como una categoría sanitaria, sino que se codifica como una representación de la diferencia”. Me interesa mucho, por rara y sugerente, la expresión de “categoría sanitaria”, que por lo demás sobrevuela todo el ensayo como una interpretación otra de la “malaise”; en francés ese “malestar” nos acerca a determinados parámetros, que es adonde quería llegar del pensamiento de Bataille.
¿Dónde descubrir la moral de las imágenes que nos ofrecen determinadas acciones y creaciones artísticas?
Hay un ensayo de Georges Didi-Huberman del cual me interesa, en esta ocasión, únicamente su título, pues su contenido (magnífico, por lo demás) se encuentra muy alejado de los intereses artísticos y estéticos desarrollado por Cruz Sánchez. El título al que me refiero es Ce que nous voyons, ce qui nous regarde (“Lo que vemos, lo que nos mira”, en su traducción española). Si partimos del hecho que Raza, género, moral… es, entre otras muchas cualidades, un encomiable ejercicio de escritura plástica (el libro carece de imágenes), donde su autor recrea las obras y hechos narrados desde el dinamismo de un decir que intenta llegar allí donde no existe ninguna documentación visual, resulta muy pertinente afirmar que el ensayo que estamos comentando trate, en efecto, de “lo que vemos” tanto como de “lo que nos mira”, pues se establece una cierta tensión muy interesante entre el locus de lo que se lee y lo que el lector visualiza en su pensamiento. Ejemplo de ello serían las brillantes secciones dedicadas al accionismo vienés, a 120 minutes dédiées au Divine Marquis y Les mamelles de la transe de J.J. Lebel, The Windows de James Croak, el Balkan Baroque de Marina Abramović, o la muy complicada de “explicar” Meat Joy de Carolee Schneemann, y en cambio está menos lograda la famosa antropometría de Yves Klein del 9 de marzo de 1960.
Pues bien, es precisamente por medio de esta tensión (que es dialéctica y visual en un mismo plano) donde aparece el concepto (tan inasible, tan escurridizo, tan difícil de categorizar) de moral, y más en concreto los siguientes interrogantes: ¿dónde descubrir la moral de las imágenes que nos ofrecen determinadas acciones y creaciones artísticas? ¿Podemos estar de acuerdo cuando su autor afirma que “una realidad cualquiera adquiere estatuto de imagen porque invade un espacio que moralmente no le corresponde”? ¿No nos recuerda ello al famoso dictum de Godard que aseguraba que un travelling era cuestión de moral y que, por ello mismo, la responsabilidad del artista con su poder sobre el espectador para decidir por él no sólo tiene que ver con lo que debe ver sino, especialmente, con cómo lo debe ver? Sin duda estas cuestiones son el principal argumento, teórico y filosófico, de un libro que me ha interesado mucho y que está escrito de una manera muy enriquecedora y productiva.