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La sociedad del espectáculo

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Guy debord

Cubierta de la edición  de 1983 "La sociedad del espacio”ectáculo, de Guy Debord

La sociedad del espectáculo, 1967.
Guy Debord

Guy Debord (París, 1931- Bellevue-la-Montagne, 1994) fue un filósofo, cineasta, escritor y activista francés de capital importancia en la escena intelectual gala de los años 50 y 60. Su obra más famosa, La sociedad del espectáculo, fue publicada por Éditions Gallimard en 1967, aunque su conocimiento no se hizo efectivo –según explica su autor en el prólogo a la tercera edición– hasta la revuelta estudiantil que hoy se conoce como el “mayo francés” de 1968. Y éste no es un hecho casual ya que, con toda seguridad, la obra fue de vital importancia para crear el sustrato intelectual que diera paso a la protesta activa. En todo caso, está considerado como el “manifiesto” del situacionismo, nacido una década antes.

Guy Debord fotografiado en París en junio de 1954.

El texto se compone de 221 tesis o aforismos, distribuidas en 9 capítulos, cada uno de los cuales aborda diferentes aspectos desde los que emprender la crítica social, a saber: la mercancía, la apariencia y la visión, el proletariado, el tiempo y la historia, el espacio, la cultura, la ideología, etc. Su complejidad es tanto mayor cuanto invisibles son algunas de las cuestiones que trata. Es el caso del concepto mismo de “espectáculo”, que podría definirse como la ilusión que ocupa el lugar de las cosas del mundo. No es una parcela, ni una zona determinada de éste; es la totalidad del mundo toda vez que ha alcanzado “un grado tal de acumulación que se ha convertido en imagen”. Por tanto, el espectáculo revela un modo hegemónico de producción y de relación entre seres humanos –un “monopolio de las apariencias”–, que viven la alienación en sumo grado –lo que Debord denomina separación–, una enfermedad autoinmune y sistémica, denunciada desde los orígenes del socialismo decimonónico. Además, no existe un afuera posible del espectáculo. El mundo ha sido ocupado por la mercancía total, que es el fruto del trabajo alienado, por tanto nos encontramos ante una nueva forma de esclavitud bajo el yugo de la economía política.

Está considerado como el “manifiesto” del situacionismo, nacido una década antes

Para Debord, la única opción posible es el abandono de la ideología, “obstáculo para la conciencia proletaria”. Es preciso superar el estatismo teórico a través de la fusión entre conocimiento y acción, de manera que el proletariado pase de su condición de representación a la de sujeto, a través de la lucha y la vida históricas. Se hace imprescindible una enmienda a la totalidad de la organización social, “una crítica que se pronuncie globalmente contra todos los aspectos de la vida social alienada”. Abolir los términos del pacto social, naturalizado a través de un discurso histórico positivista que no es otro que el de los dueños de la historia, pasa necesariamente por encauzar el movimiento revolucionario en pos de una conciencia histórica del individuo.

Pero la alienación no sólo tiene una dimensión temporal, histórica, sino también espacial, la cual se manifiesta a través del urbanismo y la arquitectura. El espacio es el campo de batalla en el que se despliega con toda intensidad el proceso de separación; el centro comercial es el nomos de la política espectacular. Debord anuncia el advenimiento de la globalización en el proceso de supresión de la distancia geográfica y de homogeneización territorial. El mundo es una suerte de decorado concebido para mantener la atomización social y la dispersión, incluso en la gran ciudad. Recuperar la historia es recuperar la ciudad como elemento de la historia, en tanto que figura del poder social y conciencia del pasado.

Para Debord, la única opción posible es el abandono de la ideología, “obstáculo para la conciencia proletaria”

Otro de los aspectos tratados por Debord es el de la cultura. La modernidad se caracteriza por una ilusión de autonomía cultural que vaticina su propia autodestrucción. La sociedad deja de ser una “comunidad característica del mito”, perdiendo así toda posibilidad de un lenguaje común, función tradicionalmente asignada al arte. Éste se instaló en un lugar de privilegio, mostrando su incapacidad de comunicar la vida. El mundo es hoy un enorme museo, inerte, en el que se exhiben los restos del naufragio que es la historia. La vanguardia no es más que el fulgor crepuscular de la inacción de la cultura. Frente a opciones como el dadaísmo o el surrealismo, que sólo señalan el destino del arte, es decir, su supresión, el situacionismo puso de manifiesto que era necesario llegar hasta el final del camino: la realización y la supresión del arte, su superación, de manera que pueda recuperar su capacidad –perdida– de generar comunidad. El arte –político, revolucionario– deja así de ser una mera representación, una promesa, para convertirse en una operación de agenciamiento.

Si el pensamiento de Debord tiene como antecedentes a Feuerbach, Marx, Lukács o Lefebvre, el espíritu de La sociedad del espectáculo está presente en buena medida en el discurso filosófico, político y estético de la posmodernidad. Autores como Jean Baudrillard (Cultura y simulacro; Pantalla total) o Fredric Jameson (Documentos de cultura, documentos de barbarie; El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado) son deudores innegables del texto debordiano. Su influencia de deja ver de forma muy clara también en la estética y el comentario cultural (Greil Marcus, Rastros de carmín; Servando Rocha, La facción caníbal). Y por supuesto, conecta directamente con las prácticas políticas nacidas tanto en Europa como en América en los últimos años, que apuntan a una crítica a la sociedad postcapitalista y a una ética –y por qué no, una estética– de la indignación como motor del cambio.