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Bibliotecas violentadas, bibliotecas subversivas

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José Ignacio Díaz de Rábago, Biblioteca de Babel XI, Círculo de Bellas Artes, 2013. © Círculo de Bellas Artes

Las bibliotecas son un reflejo de la sociedad en la que desarrollan su existencia, de la cultura en la que se producen, de la historia que les ha tocado vivir: son un producto cultural como otro cualquiera. Como las pinturas que pasan de un coleccionista a otro, como los edificios que son habitados por distintos huéspedes, los libros que conforman las bibliotecas (sean estas públicas o privadas) están atravesados por las historias que los moldean. Historias en plural y con “h” minúscula, e Historia en singular y con “h” mayúscula. Como producto cultural que son, los libros se expresan y hablan. Hablan de las aventuras vividas y de los países visitados pero, sobre todo, de las manos que las han manoseado, de sus dueños: hablan de su ideología, de su imaginario personal, de sus ambiciones vitales. Y así, de tan profundamente expresivas, las bibliotecas pueden resultar peligrosas, sospechosas, pueden delatar. Entrar en la casa de alguien y acercarse a su biblioteca es un acto que puede ser tomado como una intromisión. Contemplar sus libros es como leer su diario íntimo; las elecciones y las ausencias lo dicen todo.

La quema de libros ha sido constante a lo largo de la historia

De entre todas las posibles experiencias que puedan vivir los libros se encuentra la violencia, reflejo de la ejercida hacia sus propios dueños. De hecho, los libros se encuentran entre las víctimas más frecuentes de la violencia ejercida por el ser humano sobre las cosas, sobre todo en periodos de agitación política. Porque, como decíamos más arriba, los libros pueden ser sospechosos y peligrosos. Moldean el pensamiento y lo transforman y, como testimonio de una militancia, pueden delatar frente a un gobierno autoritario y represor. Entre esas formas de violencia, la quema de libros ha sido constante a lo largo de la historia: la quema, por parte de un gobierno opresor (como reflejaba Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451, como quizá ocurriera con la Biblioteca de Alejandría, como sin duda sucedió con la de Bosnia y Herzegovina en Sarajevo, el 25 de agosto de 1992), pero también la quema por parte de sus propietarios, para salvarse a sí mismos.

El padre de la artista, escritora y editora argentina Gabriela Halac (Córdoba, Argentina, 1972) prendió fuego a su biblioteca en 1963. Pero fue de la sepultura, y no de la quema, de la que Halac salvó la primera de las bibliotecas que han venido centrando su trabajo artístico-editorial de los últimos años, protagonizado por el libro como práctica artística contemporánea.

“Limpiar la casa”. Bibliotecas desenterradas y recuperación de la memoria

La Biblioteca Roja. Brevísima relación de la destrucción de los libros fue un proyecto artístico interdisciplinar, a medio camino entre la crónica, la poesía, el dibujo y la fotografía, que tomó forma de libro a la vez que de exposición1El libro fue editado en 2017 en Córdoba, Argentina, por DocumentA/Escénicas, sello editorial y espacio de producción, formación e investigación artística, fundado en 2003 por Gabriela Halac. La exposición se realizó primero en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Córdoba (6 – 22 de junio de 2018), y más tarde en el Museo Universitario del Chopo de la Universidad Nacional Autónoma de México (27 de septiembre – 6 de octubre de 2018)., investigación y documental. Fue también un proyecto colectivo, encabezado por Gabriela Halac, el artista plástico, actor y docente Tomás Alzogaray Vanella y el ensayista e investigador Agustín Berti, y en el que participaron igualmente el fotógrafo Rodrigo Fierro y miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense.

La quema, como a la que el padre de Halac sometió su biblioteca, es un acto irreversible, con el que se pierden para siempre ideas, recuerdos y sueños: el pasado y la historia de una persona y de un país. Frente a la quema, existe la posibilidad, más indulgente, del entierro. Los libros quedan así guardados, invisibles, inexistentes, pero solo por un tiempo. Es esta segunda opción la que eligió la pareja argentina de estudiantes de Historia y militantes de una agrupación estudiantil, Liliana Vanella y Dardo Alzogaray, padres de Tomás Alzogaray Vanella y protagonistas de este primer proyecto bibliotecario, poco antes de exiliarse a México tras el golpe de Estado ocurrido en Argentina en 1976.  

La biblioteca de la pareja Vanella Alzogaray era su tesoro. Corrían los años 60 y 70, época muy importante de consumo y circulación de libros, pues se consideraban un medio común de conocimiento y difusión de ideas entre los jóvenes intelectuales de izquierdas. Como toda biblioteca de la época, la de los Vanella Alzogaray se fue conformando en el tiempo, a partir de libros heredados, intercambiados, regalados, perdidos o robados, y donde la posesión material del libro era fundamental, porque entonces no era fácil acceder a ellos; ante la dificultad, había quienes llegaban a fotografiarlos. Pero con títulos de autores como Marx, Lenin, Trotsky, el Che Guevara o Mao Tse-Tung, la biblioteca de los Vanella Alzogaray era también su peor enemigo, les podía comprometer. A finales de los años 60 y 70 se decía “limpiar la casa” para referirse al acto de recoger los libros de los compañeros arrestados, para evitar que sus libros les delatasen en un posible allanamiento de sus casas.

Biblioteca actual de los Alzogaray Vanella en Córdoba, Argentina

Poco después del golpe militar, ante el agravamiento político, decidieron cavar un pozo de cal en el jardín de su casa en Córdoba y enterrar allí parte de su biblioteca; guardarlos para salvarse y salvar a los libros, que podrían ser recuperados, algún día, ya de vuelta de su exilio en México. Sobre un fondo de arena, unas tablas y una base de ladrillos colocaron, envueltos en bolsas de plástico, 16 paquetes de libros (los considerados más rojos y peligrosos aunque solo fuera por su cubierta, literalmente “roja”).

Los 16 paquetes de libros rescatados son supervivientes que hacen justicia, son reliquias cargadas de tiempo, historia y memoria

El enterramiento era un acto íntimo a la vez que expresión colectiva de la historia del país. Representaba el deseo por sobrevivir, la decisión de una vida en el exilio, la necesidad de acallar la memoria y el empeño por cuidar y proteger su biblioteca. Y al mismo tiempo era una forma simbólica de abono: el abono del jardín de su casa, que se encontraba en pleno proceso de construcción en el momento del exilio.

Tras un primer intento por recuperar los libros a su vuelta de México, ocho años después (intento que resultó fallido porque los encontraron totalmente deshechos, de ahí que decidieran no sacarlos para no sufrir el duelo de la pérdida), en 2017 Gabriela, Tomás y Agustín resolvieron llevar a cabo la excavación de los 16 paquetes de libros. Es este un tipo de desenterramiento que la rama de la arqueología llamada “arqueología simétrica” compara con el desenterramiento de un cadáver, donde sujetos y objetos son puestos en un mismo plano, donde la exhumación lleva consigo el desentierro del recuerdo, preservado bajo tierra. Porque la violencia ejercida sobre las pertenencias de un individuo es similar a la ejercida sobre este mismo; porque la violencia trasciende la materialidad del objeto. Así, como dice Agustín Berti en La Biblioteca Roja, “cada vez que una cosa desaparece, perece también la memoria de quien encarnaba”. Pero, si es encontrado y desenterrado, como ocurre aquí, a la memoria de quienes escribieron esos libros se suma ahora la memoria de su destrucción. Por qué no situar entonces la exhumación de la biblioteca de los Alzogaray Vanella en línea con una tendencia llevada a cabo por artistas contemporáneos “historiadores” que, desde las últimas décadas del s. XX, y con el objetivo de reescribir la historia con aspiración de verdad, justicia y redención, han ido rescatando pequeños acontecimientos olvidados por su carácter contestatario a los regímenes dominantes2Varios ejemplos de artistas españoles “historiadores” serían Francesc Torres, Pedro G. Romero, Francesc Abad, María Ruido, Virginia Villaplana o Montserrat Soto, como señala Miguel Ángel Hernández Navarro en Materializar el pasado. El artista como historiador (benjaminiano), Murcia, Micromegas, 2012.. El gesto de la recuperación, de la reparación, y la materialización visual resultante, es un acto de memoria personal y colectiva que responde a un compromiso del presente con el pasado, y que tiene como objetivo documentar el olvido. Aunque descompuestos, aunque ya no se puedan leer tras 40 años bajo tierra, los 16 paquetes de libros rescatados son supervivientes que hacen justicia, son reliquias cargadas de tiempo, historia y memoria.

Más que una crítica de la arqueología, la simetría resume simplemente lo que yo veo como una serie de ángulos fructíferos en estas relaciones arqueológicas entre pasado y presente, personas y cosas, biología y cultura, individuo y cultura. (…) La simetría llama la atención sobre el acuerdo mutuo y la relación. La simetría, en esta correspondencia mutua, implica una actitud, según la cual deberíamos aplicar las mismas medidas y valores a nosotros mismos y a aquello por lo que nos interesamos. Una consonancia entre el pasado y el presente, individuo y estructura, persona y artefacto, forma biológica y valor cultural.

Michael Shanks, Arqueología Simétrica

Corporeizando el libro. Páginas en negro

Tras La Biblioteca Roja llegó La Biblioteca Negra, un proyecto de “edición como práctica forense” que constituye una continuación directa del anterior, pues parte de la reflexión sobre la violencia ejercida sobre los libros, entendidos como cuerpos políticos sometidos a las mismas crueldades que el resto de cuerpos físicos (por tanto, con sus correspondientes vulnerabilidades), para trasladarse a la reflexión sobre el propio oficio editorial. ¿Qué ocurre con los libros excedentes, con los libros que sobran y que, aunque se imprimieron, distribuyeron o vendieron, no han podido ser leídos y permanecen abandonados en cajas o almacenes? Son libros que no responden a los criterios de racionalidad (de mercado, de rentabilidad) impuestos por el capitalismo neoliberal, que se mueven en el ámbito del exceso de optimismo, de la imprudencia de una mala planificación, de la ingenuidad, de la codicia, del error… Respondiendo a una convocatoria pública de donaciones se han creado los fondos de La Biblioteca Negra, pensada como un “objeto-cuerpo bibliotecnológico distribuido” que, desde la marginalidad, busca okupar otros espacios, bibliotecas públicas o privadas, contextos culturales inesperados, para invitar a otro leer y a otro escribir.

La Biblioteca Negra procede a una liberación y a una restitución material de libros que estaban abocados a su invisibilidad o a su pronta destrucción

Como señala la propia Halac, en intercambio de emails con la autora de este texto: “¿cómo se activa “La Biblioteca Roja” en el presente?, ¿de qué nos habla la imagen del pozo? Este texto fue un paso importante para poder desplazar el proyecto a una activación reflexiva sobre la producción del libro y la industria editorial actual”.  

El proyecto toma forma de “edición expandida”. Es decir, igual que el anterior, además de materializarse en forma de publicación editorial3Páginas en negro. La edición como práctica forense, post(s), 8 (1), 2022, pp. 224–237, también publicado en una edición independiente., se muestra en forma de “edición performativa”. De hecho, está exponiéndose actualmente en varias instituciones españolas4Tras el IVAM de Valencia (7 de septiembre de 2023), el espacio de artes en vivo La Mutant, Valencia (16 de septiembre) y La Caldera, Barcelona (19 de septiembre), pasará por la biblioteca de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid (21 de septiembre) y la Biblioteca Pública de Salamanca “Casa de las Conchas” (próximo 24 de septiembre)., junto con el artista, educador y editor valenciano Lluc Mayol. Siguiendo la naturaleza colectiva del resto de trabajos de Halac, en este está presente también la voluntad coral. Mayol está especializado en proyectos de edición desde planteamientos experimentales, como La Fanzinoteca, y en proyectos pedagógicos, como la cooperativa Massa Salvatge.

¿Qué ocurre con los libros excedentes que, aunque se imprimieron, distribuyeron o vendieron, no han podido ser leídos y permanecen abandonados en cajas o almacenes?

El proyecto es más una “presentación” que una “representación” pues, igual que en el momento de montar La Biblioteca Roja “el relato ya no era suficiente”, y había necesitado de la construcción de un “ritual que, como hijos de esos relatos, permitiera la elaboración de una densidad de contenidos [sobre la dictadura], procesados de manera inconsciente, pero que habían repercutido durante toda mi vida”, en La Biblioteca Negra el proyecto toma forma de una activación de la restitución material del libro entendido como objeto político. Igual que en La Biblioteca Roja “se había intentado volver a hacer presente cada paquete, que había continuado escribiéndose bajo tierra”, en este caso se procede a una liberación y a una restitución material de libros que estaban abocados a su invisibilidad o a su pronta destrucción. Más allá del contenido del libro, lo valioso aquí es el gesto del descubrimiento, de la revelación, que restaura las vidas vividas por el libro.

El objetivo de este proyecto es, en definitiva, utilizar la potencia, la distancia política y ética de los libros excedentes, para rescatar los vínculos entre el libro y las maneras de vivir nuestro entorno. Porque el libro es un lugar de cuidados, de reunión colectiva, de supervivencia. De supervivencia de la memoria. Para concluir la explicación sobre su trabajo, en el intercambio de emails Halac recuerda el pensamiento del filósofo de origen búlgaro Tzvetan Todorov quien, reflexionando sobre la Shoah, en Los abusos de la memoria (1995) hablaba de “lograr una memoria activa, para que a partir de hechos del pasado podamos configurar acciones que interpreten críticamente el presente”.