Beyond Recognition. Representation, Power and Culture
Craig Owens
University of California Press, Berkeley, Los Ángeles, Oxford, 1992
Foucault fue el primero… en enseñarnos algo absolutamente fundamental: la indignidad de hablar por otros.
Gilles Deleuze
En el capítulo “Representation, Apropiation and Power”, Craig Owens dice: “La representación, así pues, no es —ni puede ser— neutral; es un acto —de hecho, el acto fundacional— del poder en nuestra cultura”. El origen del libro, cuyo hilo conductor bien podría estar sintetizado en esta cita, fue la pérdida de un amigo que para muchos fue también la voz de un sistema artístico que se propuso pensar sobre la matriz de las relaciones de poder. Un homenaje también a los artistas y sujetos (negros, mujeres, homosexuales…) que, del otro lado del poder, lo retaban. Artistas que fueron testigos de la tensión entre la historia del arte tradicional y la crítica postestructuralista, que demostraría “que el arte es una parte inextricable de procesos sociales de dominación y control”. En la línea del postestructuralismo, e influido especialmente por Foucault y Derrida y el psicoanálisis de Freud y Lacan, el pensamiento de Owens sería un puente entre la crítica, el sistema artístico y la academia. Defendió que el arte no es solo expresión de poder, sino que es parte integral de procesos de diferenciación, exclusión, incorporación de los sujetos, o dicho a la manera foucaultiana, que el problema del poder no es cómo representa, sino qué hace a través de la representación.
El pensamiento de Owens sería un puente entre la crítica, el sistema artístico y la academia
Craig Owens fue crítico en la revista October, editor de Art in America, profesor en la Universidad de Yale, y un prolífico ensayista interesado por todo tipo de formas artísticas, como la música, la arquitectura, la performance, la literatura… A pesar de su prematura muerte a los cuarenta años, dos años antes de la publicación del libro, dejó una importante cantidad de textos pero ningún volumen que articulara su pensamiento teórico. Barbara Kruger, Scott Bryson, Lynne Tillman y Jane Weinstock recopilaron, ordenaron y publicaron en Beyond Recognition una selección que amalgamara su trabajo al tiempo que subrayara su evolución. El libro, en este sentido, revela cómo si bien sus inquietudes siempre giraron en torno a la práctica artística y su marco conceptual (posmodernismo, psicoanálisis y postestructuralismo, como hemos dicho), Owens fue uno de esos pensadores capaces de evolucionar, cambiar de opinión y retractarse abiertamente. Como dice Simon Watney en la introducción al libro, “su intención siempre fue promover y apoyar las prácticas culturales que retaban la autoridad de la tradición de las Bellas Artes”.
Para Owens, la representación es subyugación, es un ejercicio de poder. La cultura occidental había impuesto su hegemonía, el hombre blanco se había autodenominado universal, y las humanidades trabajaban para legitimar y perpetuar este poder. Cómplice desde la crítica y la teoría de los llamados grupos subalternos, Owens defendía el arte que desvelaba las trampas del poder y la representación, como el trabajo de Barbara Kruger y Lothar Baumgarten, y abogaba por un arte, y muy especialmente por una historia del arte, que como la crítica fuera “parcial, apasionada y política”, el reclamo de Baudelaire.
Para Owens, la representación es subyugación, es un ejercicio de poder
El libro se divide en cuatro partes: “Hacia una teoría del posmodernismo”, “Sexualidad/Poder”, “Culturas” y “Pedagogías” (donde ofrece las bibliografías de sus clases), en los que trata la práctica artística en casi todas sus formas, atravesada por teorías e ideas sobre el género, la subalternidad, la globalización, la alteridad… En este intento de orden, a través de Beyond Recognition, el pensamiento de Owens podría explicarse en dos direcciones fundamentales, aunque no únicas. Por un lado, su idea referente a las mujeres y la teoría feminista, pero ampliable a otros grupos subalternos, de que “la desigualdad sexual y la dominación no pueden explicarse únicamente en términos de explotación —el intercambio de mujeres entre hombres— sino que es en primera instancia un efecto de representación”. Por otro, a una reflexión y formulación de una teoría del posmodernismo. En este sentido, destacan los capítulos “Anallegorical impulse: toward a theory of postmodernism” (parte 1 y 2), en los que desarrolla la importancia de la alegoría en el arte contemporáneo (y con ella la impermanencia de sus obras y sus huellas) y la crítica a la modernidad (modernism) que caracterizó a su generación, especialmente el círculo de October con Rosalind Krauss y la escena neoyorkina del East Village de los ochenta que asistía, en gran parte complacida, a su gentrificación. En este camino que es Beyond Recognition no falta la reflexión sobre el papel de la crítica y el rechazo al oportunismo académico en cuestiones como la identidad de género, así como el riesgo de reproducir las mismas relaciones de poder que el arte critica.
Al final habrá que reconocer que “hablar por otros” es, aun en diferentes formas, algo indigno (así lo recuerda el autor en una entrevista imaginaria a sí mismo), y que siempre habrá quien diga que los subalternos no pueden hablar para legitimar la voz propia. No se le escapó esto a Owens en una crítica a Marx, quien según él se apropió del derecho a hablar por los otros. Es también en este sentido que representar es subyugar pero precisamente es el reto: “Tal vez en este proyecto de aprender cómo representarnos a nosotros mismos —cómo hablar a, más que hablar sobre, otros— es donde reside la posibilidad de una cultura global”, zanja Owens en el capítulo “Global Issues”.