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Mundos maravillosos, días del Juicio Final

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Francisco de Goya, El aquelarre o El gran cabrón, 1820-1823. Museo Nacional del Prado

Un balance poselectoral

En algún momento de 2010, me encontraba en Bolonia, comiendo con un grupo de amigos artistas italianos. La conversación derivó hacia la política y, como quizá fuera inevitable, hacia quien en aquella época era la figura dominante del panorama político italiano, Silvio Berlusconi, la persona que durante más tiempo ha ocupado el cargo de primer ministro italiano. Para entonces, la figura de Berlusconi era famosa por su autoritarismo de extrema derecha, su vulgaridad y su comportamiento delictivo (que incluía extorsión, fraude fiscal, falsedad contable, blanqueo de capital y participación en prostitución de menores, entre otros delitos). Sin embargo, cuando pregunté a los artistas a quién iban a votar en las próximas elecciones regionales, todos se sumieron en un silencio incómodo para terminar admitiendo, a regañadientes y algo avergonzados, que iban a votar al partido político de Berlusconi (su coalición obtuvo buenos resultados en aquellas elecciones, lo que él se tomó como un mandato de su programa). Era evidente que estaban dispuestos a pasar por alto los errores personales y la delincuencia de Berlusconi a cambio de la estabilidad económica que prometía.

La figura de Trump siempre me ha recordado a la de Berlusconi (un magnate de los medios de comunicación, multimillonario y de extrema derecha, un personaje de telenovela creado para el consumo de la prensa sensacionalista, un populista fascista y operístico) y, más recientemente ―sobre todo, al ver el progresivo regreso de Trump―, me ha recordado a la de Juan Domingo Perón, el líder populista argentino que, tras ser derrocado en 1955, recuperó el poder a la misma edad que Trump (78), en 1973. Aunque la línea política de Perón no se adscribía estrictamente ni a la ideología de izquierdas ni a la de derechas, era autoritaria, militarista y ultranacionalista, características que comparte el trumpismo. Por esos motivos, a mí la capacidad de resistencia política de Trump no me ha chocado tanto como a otras personas.

El culto al trumpismo puede verse como la versión del siglo XXI de esa tradición religiosa

Pero lo que las recientes elecciones han dejado bien claro y a mí sumido en una honda preocupación —al margen de una tristeza y un miedo indescriptibles por lo que pueda deparar el futuro— no es la cuestión de cómo es Trump (que ya sabemos de sobra), sino lo que revelan de los electores estadounidenses que le han restituido el poder, plenamente conscientes de a quién estaban eligiendo (para mí, lo más descorazonador y bochornoso es ver que la mayoría de los hombres latinos estadounidenses han votado a Trump, sin darse cuenta de que están votando en contra de sus propios intereses: hemos tropezado dos veces con la misma piedra).…

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