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Fitzcarraldo

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Fotograma de Fitzcarraldo, Werner Herzog, 1982

Me muevo en bicicleta por la ciudad. Esta decisión extrema la tomé luego de que unos adolescentes pasados de cocaína me estrellaran su BMW un domingo que iba al supermercado con mi hijo apenas adolescente; el choque fue tan brutal que salió en un par de diarios. Los vehículos en las ciudades como Guatemala, con un pie en el cuarto y otro en el tercer mundo, son sinónimo de derecho al abuso; así es que ser peatón o ciclista representa o ser un pauperizado o ser un anarquista.

Volviendo al punto, un sábado lluvioso de julio fui a una galería en la que un amigo está exponiendo una serie dedicada al paisaje. Acrílico sobre papel en una suave opacidad violácea de fondo que le da esa melancolía del atardecer húmedo del trópico; cabe resaltar que en Centroamérica no existe el invierno, sólo un calor pegajoso y un chubasco imprevisible. No es extraño que existan eventos culturales en los que se hable acerca de la obra de los artistas y que de pronto surjan referencias tales como el cine asiático (en una suerte de letanía como si toda Asia fuera un solo mundo amarillo, budista y monocromático), al arte contemporáneo (aunque se hable de autores de hace cincuenta años), a la literatura latinoamericana (tomando como referencia a Vargas Llosa o Mariana Enríquez… da igual mientras salga en entrevistas en Babelia).

Doris Salcedo, Noviembre 6 y 7, Bogotá, 2002. Courtesy White Cube. © Doris Salcedo. © Photo: Sergio Clavijo

Me resulta que al entablar diálogos en estos espacios de arte uno de pronto entra en un mundo condescendiente donde la improvisada risilla de los que conversan y la poca información de los que escuchan se convierte en un pacto tácito. Si uno llega con la buena voluntad de tratar de aprender algo, aparece el curadorcillo con alta velocidad de internet espetando una lista de artistas ultracontemporáneos de los cuales se sabe muy poco y que nos hace regresar a verificarlos al cuadrilátero del Instagram. Nuestro mundo cultural padece de cierto “fitzcarraldismo”, es decir, la historia de aquel pomposo personaje del siglo XIX que se empeña en construir un teatro en la selva amazónica para la representación exclusiva de óperas de Verdi. El espíritu de este irlandés excéntrico lo lleva a buscar fortuna con la extracción de caucho, es decir, a la depredación de la selva y al consecuente sometimiento de los salvajes ignorantes a los cuales pretendía culturizar.…

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